I
Ando en busca de un santo. Los personajes ya cubiertos en mi obra vital son enfermos mentales, vagabundos, drogadictos. Ver toda esta miseria humana me horroriza, pero al mismo tiempo me fascina.
Los observo por un rato y me pregunto qué otros personajes sumaré a mi espectáculo. Me sumerjo y comienzo a bucear en tal infierno. Me encuentro a un par de enanos que alguna vez fueron actores por accidente; a un prestidigitador gritando desaforado que acaba de encontrar el gran secreto para convertir el plomo en oro; y sobre todo lo que más destaca en ese ambiente es un aprendiz de mariachi que canta y actúa las canciones que hicieran famoso a José Alfredo Jiménez. Sigo mi camino hasta llegar al fondo de aquella improvisada carpa de concreto, habitáculo del santo que estoy buscando es un anciano ciego al que todos conocen con el mote del “poeta”.
─ Canta bien el mariachito, ¿no lo cree usted? ─me pregunta.
─ Si, le echa ganas.─ respondo.
─ Me gusta mucho escucharlo.
─ Si, canta bastante bien.
─ ¿Por casualidad no trae algo para fugarme? ─me dice.
De mi provisión diaria tomo una grapa de coca y se la doy.
─ Con cuidado ─me murmura, que no le miren. Puedo adivinar que es de muy buena calidad.
Me doy media vuelta y comienzo a caminar. De pronto una mujer me habla en tono amenazante.
─ Dame de lo que le diste a él, o si no grito que tú vendes melcocha.
─ ¿De qué hablas mujer?
─ No te hagas pendejo, ya sabes de que te hablo.
La ignoro y me echo a correr un poco más rápido mientras ella grita.
─ Él vende drogas, es tirador, agárrenlo.
Y de pronto todos danzan sobre mí, me magullan, me arrancan las ropas, me mientan la madre, me escupen. Y más golpes.
¿Me creerán que este es, más o menos, el guión de mi obra de cada día?
II
Salgo en tu búsqueda en este juego de amores perdidos. Me interno entre la gente siempre oteando de reojo para ver si no estás detrás de mí, burlándote, acechándome.
Hurgo en los templos, prostíbulos, edificios en ruina y botes de basura. Concluyo que debería de irme de este antro en descomposición llamado ciudad, al campo, a plantar cualquier cosa: tu recuerdo quizás.
Concurro a los habituales lugares de ocio en donde los amigos parásitos ofrecen perdición y desaliño.
Desafió los peligros del asfalto ofreciendo tus sueños abandonados en el transporte urbano, y finalmente me refugio en alguna banqueta excrementicia pidiendo comprensión para tí, como limosna.
El rojo de un semáforo me indican que tanto fuego fatuo y malabar, eres tú, escapando como señal obscena.
III
¿Desde dónde llegamos a esta ciudad? No estoy seguro. Lo cierto es que todos llegamos huyendo de algo: la familia, la ley, la desesperación, la tranquilidad bucólica. Algunos han sido traídos a la fuerza o con engaños para ser esclavizados. La ciudad siempre es de tránsito, sólo se cuida lo que a uno le es útil, todo lo demás es intercambiable, sin valor. La ciudad es símbolo de progreso. Yo diría que clímax de la locura humana. Estoy asqueado de esto.
Camino por avenidas llenas de transeúntes rutinarios, programados. Sigo andando hasta llegar a la gran sierpe de asfalto que cruza todo el núcleo urbano. Las casas semidesechas de esta parte sirven de hotel a las féminas nocturnas, de guarida a los mafiosos, de pequeños negocios para los que ofrecen la cura a todos los problemas por medio de las artes mágicas.
La urbe es ácido que corroe la vida de quienes la habitan, la visitan, la observan. Es limbo de lo puramente humano y contradictoriamente aquí vienen a morir las divinidades.
Hay también una iglesia abandonada, (otra señal de que Dios ha muerto, cuando menos en este lugar). A veces voy allí a leer, escribir, meditar y en ocasiones a cogerme alguna puta. Sexo, lectura y escritura: es mi ofrenda a este templo vacío.
Es Encarnación, la que fuera monja alguna vez. Ahora solo es una enferma mental más, que vaga por las calles y plazas pintando pequeñas cruces para poder recordar el camino de regreso a este lugar, como símil barato de Hansel y Gretel. Sigue aguardando con fe ciega el retorno de su mesías, que no ha regresado según yo, y nunca regresará. Cuando hace frío, como hoy, se pone a cantar alabanzas y a danzar hasta caer fatigada, como en trance.
Casi nunca logro comunicarme con ella, pero me nutre de ideas, visiones, consejos mudos. Es mi sacerdotisa.
De pronto me dice:
─Estas más loco que yo ¿Y qué has sabido de mi hermana, la Toña?
─ Murió.
─ Ya me lo esperaba, a ella le indigestaba vivir. Por eso me metí de monja para no ser como ella, una puta incrédula. ¿Pero cuál es la diferencia entre ella y yo? Ahora comienzo a entenderla, y a creer que el cielo y el infierno se viven en este mundo, más allá no hay nada. Debí haber vivido como mi hermana, libre.
─ Mejor sólo canta tus alabanzas y danza por tu hermana, Encarnación.
IV
Nada nuevo en la ciudad. Mota, coca, pastas, hachís son mis dones. Ángeles en exilio discretos vienen hacía mí ofreciéndome dinero, favores sexuales y mentadas de madre. Todo para que yo les deje inhalar, fumar, deglutir mis dones que los devuelvan a su cielo sórdido. Algunos me piden opio, pero ese don únicamente le pertenece a mi Dios interno. Estoy harto de este paraíso de mierda que me ha obsequiado. Lo único que me salva en este tedio es escucharla tocar y cantar.
[Una fumada al cigarro, una bocanada de humo, descanso.]
¿Por qué hace tanto frío en esta ciudad? ¿Será por el mar? Sí, es la única explicación que le encuentro. Debería escribir una novela acerca de esta ciudad. Sí, eso haré. La sigo esperando afuera de este bar en la noche lluviosa. Su actuación terminó hace cuarenta y cinco minutos, pero el jefe siempre la entretiene prometiéndole su paga y tratando de seducirla. ¡Hijo de mil putas!, un día de estos iré hasta su oficina con una escopeta y le volaré las bolas junto con su dinero, ya vera que lo haré.
[Otra fumada al cigarro, otra bocanada de humo, descanso, mi ritual favorito.]
La llevaré a caminar por el embarcadero, donde el viento es más gélido, ella me dirá que tiene frío y yo meteré mis manos por debajo de su abrigo negro, de su vestido rojo, acariciando sus nalgas, sus senos; hasta llegar a su vagina donde mis dedos se pondrán calientes y húmedos. Mis labios besarán los suyos, mi lengua llegara a su garganta y mis ojos le dirán un poema silencioso.
[Fumada al cigarro, bocanada de humo, comienzo a desesperarme.]
En esta calle fue donde la vi por vez primera, ella cantaba y tocaba en su guitarra melodías que me traían buenos recuerdos. Todos los días venía a verle tocar hasta que me decidí a invitarle a tomar un café, aceptó y desde entonces estoy a su lado. Tiene los mismos ojos de Toña, su madre. Toña, ¿en qué antro del cielo andarás puteando? Sé que estas allá arriba porque fuiste buena, muy buena.
[Una fumada más al cigarro, otra bocanada de humo, se terminó la cajetilla.]
Por fin te veo venir Martina, llena de sueños y esperanzas que sabes bien que no realizaras al igual que yo. La abrazo, acaricio su rostro y le pregunto que como le fue hoy, a lo que siempre responde.
─ Eso,ahora no importa.