Amigos, por primera vez en mi vida he sentido miedo. No ese miedo cerval a lo desconocido, a la oscuridad o a lo inesperado. He sentido miedo a no pertenecer ya a este mundo. A encontrarme lejos de las ideas actuales, con las mías prescritas, caducadas. Todo empezó en Navidad, al recibir este correo de mi hijo:
“Nochebuena, nochemala, anticipa pollos rellenos, patatas redondas y vinos turbios; anticipa regalos con tarjeta -devolución, charlas familiares intrascendentes, fotos absurdas y fuegos de artificio... a todo ello la anti-navidad, como la antimateria a la materia (dicen que la antimateria o la materia oscura inunda el universo), como una brecha en una roca la anti-navidad, abriendo paso al agua marina que, poco a poco, se adentrará hasta el corazón pétreo para partirlo por la mitad. Practiquemos el terrorismo navideño, cantando jingles veraniegos y escondiendo los turrones en la alacena. No nos besemos bajo el muérdago, no escuchemos al caduco rey en su caduco discurso, no lamentemos las pérdidas, no miremos las luces de la ciudad que se parecen a las máquinas tragaperras, no tengamos buenas intenciones ni buenos propósitos trasnochados, no compremos cotillones, no hagamos nada. Catón decía que no hay mayor actividad que la actividad de no hacer nada y alguna otra cosa más que leí ayer y que ya he olvidado...
Señoras, señores: este no tan joven mozo te desea librepensamiento, indepencia y consciencia. Saludos...”
¿Qué os parece? ¿Es acaso éste el espíritu navideño que compartimos mientras contemplábamos por enésima vez “Que bello es vivir” ¿Eh?
¿Dónde están los camellos y los pajes? ¿Y ese falso Rey Baltasar pintarrajeado de betún? Pero esto no acaba aquí, no. Intento ser conciliador, paternal, demostrarle que, al menos, una vez al año, los hombres se quieren, se perdonan: se acercan. La respuesta es demoledora:
“El azar, el no azar, el destino, el pre-destino, la muerte, la vida... todos esos elementos se entremezclan cotidianamente en todas las esquinas y vericuetos de cada acción y de cada reacción. Decidimos, organizamos nuestras existencias según unos patrones que son a su vez muchos patrones, muchas maneras de interpretar esa existencia y el avance de la misma. En nuestras colmenas gigantinas vamos cavando túneles, vías, espacios y cuevas. Circulamos por las autopistas de la información como un barquito tras deshacer la presa infantil de un día de lluvia. Escogemos amar rápidamente, escogemos una ensalada del coronel o una pizza mediana, escogemos los libros más breves y fáciles de leer, las películas que conjunten mejor con nuestras palomitas, los viajes más turísticos, las amistades menos conflictivas... el tedio... como un sistema de lo estable, como una barrera a la locura, a lo extraño, a las opciones, a las posibilidades. Presentimos el infierno pero jamás intentamos rescatar a Perséfone, la olvidamos como reina del inframundo y bebemos, pálidos y ojerosos, de las sombras del río Leteo... una vez más.
Tembloroso, consulto en la Wikipedia algunas de estas palabras, olvidadas desde la universidad. Pero, hijo, le digo a vuelta de correo, la vida es otra, hay puestas de sol y mujeres hermosas y vacaciones y…no sirve de nada; mi hijo prosigue en su filosofía demoledora:
“No creo que mi proporción sea áurea, sé que el de mis tarjetas si que lo es pero no aspiro a parecerme a ellas. Mi concepción imaginaria tal vez sea un tanto áurea, como las ciudades invisibles de Calvino. Si alguna vez dirijo algún corto-película, me he propuesto infringir todas las reglas griegas o anteriores que precognicen el estado dorado de geometrías o espacios. Unas palabras se repiten constantemente: Tortuga Moruga, Tortuga Moruga...Otro tema interesante para un breve visual de corte neogótico. La historia de la Tortuga es de lo más singular. Dicho animalito es capaz de vivir unos trescientos años. Se localiza en mayor número en una isla de Micronesia, llamada Moruga. Sus hábitos tortugueros son muy inusuales ya que emite unos sonidos de lo más extraños, casi un ulular desestructurado. Así lo atestigüó Francois Ginet en una crónica militar de la época de expansión imperialista francesa: "Los hombres hacian turnos dobles para delimitar el perímetro, jamás observé un terror tan claro en los ojos de unos valientes de la patria". "Intenté frenar el abuso de morfina pero los frascos, aún a buen recaudo, desaparecían, seguramente con el beneplácito de nuestro morfinómano doctor que temía más los aullidos que la resistencia de las tribus locales". Morfina, Tortugas Moruga, Francia colonial....un nuevo corazón de las tinieblas?
Hijo mío… (mi respuesta no se hace esperar) ¿Es qué, acaso, deseaste ser biólogo cómo la Obregón o estudiar historia y estás ahora frustrado en tu bufete de abogado, defendiendo corruptos y mediando en desórdenes matrimoniales a 11.850 de las antiguas pesetas tu hora de dedicación?
“ No, padre, no. 11.850 es una cifra cualquiera, podría ser el precio de una campaña en radio, un código postal de una gran ciudad, un número incompleto de algún cálculo mercantil, las amantes del rey del porno de los 70, el número de habitantes de un pueblo perdido en Kilimanjaro...el lenguaje numérico y más concretamente el matemático han conseguido delimitar una arquitectura de conceptos puros, precisos a diferencia de las frases y textos que a diário vamos consumiendo y regurgitando. La revolución digital se compone de 0 y 1, con ellos construimos increibles tecnologías que nos sitúan, nos acercan y nos alejan. Miramos a los grandes terratenientes económicos del mundo entero con sus cifras astronómicas que gravitan sobre la base de la pirámide...y yo, con abstracción pienso: Nos basamos en un sistema de trueque simbólico, un cambio de horas de trabajo por otras horas de trabajo; en lugar de trocar un pan por una sardina hemos ideado el comodín del dinero. En esos vericuetos nos encontramos, mirando ceros y unos, cifras que no tendrían que significar nada pero que en este mundo de alegorías y de percentiles se concreta en una irreal construcción a escala mundial. Mientras todo gira y gira más deprisa, cuantificando el tiempo que no cede y la vida que se nos escurre como una fina arena de conchas.
Calma, hijo, calma. Tómate una valeriana. Ve al cine con tu mujer, si aún la conservas, cómprate los cuentos de Andersen; olvida a los tecnócratas.
“Los tecnócratas hilan telas abigarradas y brillantes, diseñan arquitecturas de la más férrea burocracia. Lo llaman democracia a semejanza de los griegos; estos últimos hablaban del poder del pueblo sin contar con sus esclavos, por supuesto. Y esa jerárquica concepción se trasmite día a día, nación a nación, cultura a cultura. Patricios y plebeyos; ricos y pobres; listos y tontos. Las distinciones son innumerables, distinciones siempre por oposición. Un resorte utilizado hasta la saciedad y recurrente en todos sus registros. La historia no comienza hace miles o millones de años; la historia comienza cuando alguien empieza a compilar datos y estudiarlos, dándole así, presencia a lo que ya no es, lo que ya no existe. Y lo que no existe pero existió en mi mente truculenta, es la botella de vino que bebí con avidez hace unos días, es un hecho público, como la democracia o la historia y con esa botella de vino, imagen mental, construiré un nuevo mundo. Un mundo extraño pero próspero, lejano pero cálido, de un color rubí como los vestidos de Carmilla. Imagino danzas, lujuria, la amistad efímera como el vaso lleno; imagino juntas electorales como eternas sinfonías. Edificios sin orden o lógica, cines repletos y libros perdidos por las calles. La construcción de una revolución a través del recuerdo de una botella llena que yace ahora en vacua espera, que mejor principio, al que Byron dedicaría muchos de sus malos poemas si viviese todavía. Revolución amigos, revolución La próxima vez ante una botella verdosa piensen en ello. Todo empieza así, con el gesto más sencillo. Saludos y felices empinadas de codo.
Intento adivinar su aliento en la distancia. La línea de adsl debería desprender vapores etílicos.Si, amigos, tengo miedo. Comprendedme. Gracias