“He aquí un hombre que ha conquistado su arte y lo usa para hablar de México con el afecto con que Atget hablaba de París”
Paul Strand
Es difícil encontrar en el panorama de la fotografía latinoamericana alguien comparable con Manuel Álvarez Bravo (Ciudad de México, febrero 4, 1902- octubre 2002).
Su influencia ha alcanzado en los últimos años una proyección a nivel mundial. Su amplio espíritu creativo, no erudito en el sentido académico-formal, le llevó a capturar la imaginación de André Breton, fundador del movimiento surrealista. Breton le abre campo entre los grandes creadores de la época sin que aún su nombre hubiera tomado vuelo. Le insta a crear la portada del catálogo de una exposición surrealista en París.
Álvarez Bravo le envía a vuelta de correo “La buena fama durmiendo” obra seminal tomada en 1939; retablo erótico llamativo y sereno, en el cual una mujer de apariencia indígena descansa desnuda, con excepción de ciertas partes del cuerpo envueltas en vendajes, entregada al sueño bajo el enceguecedor sol de mediodía, tirada sobre un sarape con una pierna cruzada sobre la otra formando un cuatro en cuyo ápice se aprecia un manojo de vello púbico.
La imagen central se compagina con ciertos elementos orgánicos -una pared de fondo que parece pintada por Rothko- flores de maguey con apariencia de moluscos, dispuestas con estudiado descuido sobre la manta que añaden un elemento ajeno a la composición, creando un ensamble misterioso y armónico.
La imagen no pudo ser usada por Breton, quien prefirió cortar por lo sano y eludir la censura de la época.
La buena fama durmiendo, 1939
En 1935 Álvarez Bravo exhibe su trabajo en Nueva York, en la Galería de Julien Levy, en compañía de Walker Evans y Cartier-Bresson, exposición hoy considerada esencial en el canon artístico de estos tres grandes fotógrafos del Siglo XX.
Habrían de transcurrir al menos 35 años para que el genio del fotógrafo mexicano se reconociera universal, cuando ya el Americano y el francés eran reconocidos como dos colosos de la fotografía en el mundo.
Es probable que los fundamentos de su obra hayan sido encontrados con sólo abrir la puerta de casa y salir a fotografiar por las calles. Es a partir de su lente, atento a las contradicciones visuales que encuentra a su paso, como vemos transformar lo que es en apariencia simple haciéndose importante.
Su influencia no da señales de decaer y continúa siendo valorada, pensada, explorada por críticos y expertos, quienes no terminan de analizar su obra en la justa medida que se merece. Baste decir que su fotografía no se entretuvo nunca en parroquialismos tan en boga entre fotógrafos latinoamericanos ejemplares del Siglo XX, desde la Argentina hasta México. Muchos fotógrafos de indudable excelencia creativa están, de una u otra forma, atados a la exuberancia de su tierra cuya visión se manifiesta en un pintoresquismo difícil de eludir.
Debemos admitir, paradójicamente, que Álvarez Bravo tan representativo de lo mexicano en su retratos de la tierra, sus rostros, sus plantas y texturas, se mantiene alejado de todo provincialismo, de toda trampa costumbrista cuando se adentra en el territorio de lo surreal, cuando nos enseña a admirar lo que Alejo Carpentier dio en definir “lo real maravilloso”: esa sensación de distanciamiento sensorial experimentado a partir y a través de la realidad misma.
Álvarez Bravo vivió su siglo en la resplandeciente quietud de su magia. Su fotografía es inigualable en que representa una mirada muy alta en la madurez del estilo. Su visión nos transmite el delirio pausado de lo austero y la inasible belleza de aquello que si bien puede entenderse como una alegoría de las cosas simples logra un equilibrio estético admirable en sus metáforas geniales y sorprendentes; es transitar por senderos muchas veces visitados de antemano en sueños.
Hay una anécdota narrada por el profesor John Mraz, experto en fotografía de la Universidad Autónoma de Puebla, México, la cual pone de relieve su importancia.
Dice la nota refiriéndose a Álvarez Bravo: “Cuando empezó a fotografiar en los años veinte y treinta, su capacidad innata fue reconocida por artistas que constituyen un auténtico “quién es quién” de la lente: Edward Weston, Tina Modotti, Paul Strand y Henri Cartier-Bresson. El respeto que engendró fue encapsulado en la respuesta de Cartier-Bresson cuando alguien notó semejanzas entre la imaginería de Álvarez Bravo y la de Weston: “No los compares, respondió el maestro francés, “Manuel es el verdadero artista”.
Esta cita, que habla de su talento artístico con referencia a Weston, uno de los semi-dioses de la fotografía en el Siglo XX, pone de presente la calidad de Álvarez Bravo, sin importarnos que en el fondo la anécdota pueda ser, o no, apócrifa.
Página web:
http://www.manuelalvarezbravo.org/english/Chronology.html#nogo
-Lalo Borja, fotógrafo colombiano residente en Inglaterra