Eran un par de esnobs, una pareja de “poetas” maduritos que mantenían una vana conversación mientras tomaban unos Bloody Mary en una terraza de moda. Ambos llevaban gafas de sol (de marca), a pesar de ser de noche. Él se hacía llamar Ataulfo Anilinas y ella La Reina de la Sinrazón. Se creían estupendos por vestirse a la última y por haber sido mencionados unas cuantas veces en las páginas de eventos literarios del diario local. Ataulfo se jactaba de haber publicado una obra de teatro. A su estreno acudieron más de doscientas personas pero antes del descanso sólo quedaron una decena, la mayoría amigos y familiares que no tuvieron más remedio que aguantar hasta el final. Un tremendo bodrio, según la crítica. Por su parte, ella alardeaba de ser la poeta más incisiva y minimalista del planeta. Había escrito varios libros de poemas pero ninguno se había publicado. Quizá ambos tenían cierto talento, pero lo exagerado de su estupidez lo eclipsaba por completo. La conversación discurría tal que así:
- …muérdeme entre las piernas si quieres verme llorar. – dijo él aspirando exageradamente del pitillo que estaba fumando.
- Encontré tus lágrimas escondidas en el cajón de mis compresas. – respondió ella, mientras daba manotazos al aire tratando de deshacerse del mosquito que la merodeaba desde hacía un buen rato.
- A ambos lados de mis orejas, se extiende el infinito. – siguió él expulsando el humo del cigarro.
- Todos los caminos terminan en mi boca.
- Conserva largas tus uñas si quieres atraparme, lagarta.
- Me duele la espalda de tanto follar; decía un castrado a su loro.
- Si quieres que te coma el coño, mejor será que lo saques del lodo.
- Adivina cuantos pelos hay en mis sobacos y te dejare entrar.
- Estornudé mi pasado en una copa de tinto y salpiqué tu escote con mis pecados.
- Cuenta conmigo para lo que no quieras hacer…
Cerca de su mesa, pasó una gitanilla de unos cinco años que tarareaba la letra de un anuncio de la tele. Ambos la observaron en silencio y no sin cierta repugnancia. Cuando finalmente la niña se alejó, La Reina de la Sinrazón siguió con el juego y, muy digna, exclamó:
- Los gases de tu vientre no siempre son la causa de mi desconsuelo.
- Seamos claros: comerse las palabras no es de hambrientos.
- El hambre acalla las palabras.
- Tus palabras se disfrazan de excusas mutiladas.
- Después de un gatillazo, siempre vienen las excusas.
Hicieron otra larga pausa. Él bebió de su vaso, ella le puso una larga boquilla a un cigarro y le prendió fuego.
- ¿Seguimos? – preguntó Ataulfo sin demasiado entusiasmo y más preocupado de mantener una postura elegante que de continuar con el juego.
- Regresa con un ramo de cuervos y una receta venenosa tatuada en tu lengua. – dijo ella con la voz engolada, a la vez que agitaba las manos tratando de espantar al dichoso mosquito.
- Usaré mi lengua como afilado puñal y te chuparé profundamente la garganta. – continuó él, quedando muy satisfecho con el resultado de la frase.
- Con tus entrañas tejeré una sombría mazmorra y arrojaré tus sueños dentro.
- Mis sueños no saben de frontera
- Mis fronteras no cobijan sueños.
- Almorzaré migrañas salteadas y de postre tomaré una idea equivocada.
- Escaparé de tus celos y echaré raíces en el viento taciturno de una noche amarga.
- Escupiré todas tus mentiras y tornaré mis pasos hacia un fértil camino que no sea el tuy… - él no pudo acabar la frase. El mosquito se había posado sobre la mesa y La Reina de la Sinrazón, aprovechando su inmovilidad trató de aplastarlo con un libro del genial David González. Pero no calculó bien y el golpe hizo que las bebidas saltaran por los aires y se derramaran sobre ellos.
- ¡Joder, tía!... ¿Pero qué coño haces? – dijo Ataulfo malhumorado.
-¡Oh, no!… mi chaqueta Coco… Coco Chanel.- balbuceó ella, al borde del llanto.
“A veces, la estupidez humana es ilimitada” - pensó para sus adentros un abuelo que estaba sentado a la vera de una mesa cercana a la suya y que, desde hacía un buen rato, escuchaba anonadado la absurda conversación de la pareja.