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ISSN 1989-4163

NUMERO 06 - OCTUBRE 2009

 

La Braga Pública, la Tele y otras Mandangas

Inés Matute

Tras el chute en vena de imágenes repulsivas – ¿O acaso no es repulsivo ver a un tío airear la picha en unos soportales y a un batallón de mujeres disputársela?- el debate está en la calle: prohibir la prostitución o regularla. Existen diversos argumentos para defender ambas opciones, pero personalmente me inclino por la segunda. Como actividad legal que sería, estaría sujeta a diversos controles, el primero de ellos médico. Mientras sea una práctica libre - ¡cuidadín con las mafias!- es una opción individual legítima, por muy reprobable que la encuentren algunos y por mucho que en algunos países se haya prohibido, sin éxito. La prohibición de la prostitución sólo acarrea marginalidad e indefensión de quienes la practican, pues facilita su explotación por parte de gente sin escrúpulos. La ley actual castiga el proxenetismo con penas de cárcel, por estar basado en la coacción. Así las cosas, las declaraciones del Ministro de Interior suenan un tanto farisaicas, pues está en sus manos la desarticulación de estas redes mafiosas. Pero, ¿a cuántos chulos se ha detenido por este concepto en los últimos meses? En algunos países nórdicos, quienes contratan los servicios de una prostituta son tratados como delincuentes, mientras que los periódicos no pueden anunciar un escort service sin ser multados. ¡Qué hipocresía!, ¿Qué les preocupa, el servicio sexual o su publicidad?. Entiendo que una gran mayoría de prostitutas preferiría que su trabajo se regulase, ya que podrían vivir de su oficio en mejores condiciones higiénicas y sin ser víctimas de otra explotación que la que ellas (y ellos mismos) quisieran marcarse. Las putas y los putos tendrían contratos laborales, pagarían impuestos (zapatero, macho, aquí tienes un filón) y estarían protegidos por la Seguridad Social. Tendrían derecho a un retirito pagado con el sudor de su cuerpo, la sangre de sus tacones y los grilletes de la impotencia. Me gustaría, ya que mencionamos un idílico país de Nuncajamás, que además se restringiesen los lugares donde ejercer sus servicios. No se trata de crear ghettos o polveras invisibles, pero sí de evitar deplorables espectáculos callejeros. Si la putas merecen un respeto, también lo merecen los vecinos de Boquería, y los pobres televidentes que nos merendamos telediarios trufados de felaciones y picatores culeando entre basuras. Por dios, déjennos tomar el café en paz, que también existe la agresión estética. Si nos hablan de una operación a corazón abierto, no necesito ver la aurícula palpitar en la mano del cirujano. Si nos hablan del puterío, no necesito que me lo ilustren con una mamada mientras mis hijos pelan, ojipláticos, una pera. Si me hablan del marrón, no quiero ver un culo cagando, ni a un neo nazi asesinando al mismo chaval cien veces por aquello de ilustrar la violencia racista. Un respeto, por favor, también para los que vemos la tele manteniéndonos al margen de las polémicas... Y ya que de putas va la cosa, otro día hablaré de los toy-boys de las famosas. ¿Porque son putos, no? Bien vestidos, mejor peinados y hasta paseados en pasarela. Pero putos y rehenes de la misma mierda, a fin de cuentas.

 
 

La braga pública

Foto: Robert Maplethorpe

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