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ISSN 1989-4163

NUMERO 06 - OCTUBRE 2009

 

Una Lágrima en mi Plato

Ángela Mallén

Los coches corrían por la avenida como un río de sopa juliana. El cielo estaba quieto y azulado como un muerto por asfixia. Yo era una mosca pegada al cristal de la ventana. Cualquiera podía ver eso. Pensarlo. Creérselo. Pero los coches de alta gama, con equipamiento deportivo, que te hacen sentir, respirar, vivir, ser mejor, eran menos que polvo; el cielo detenido encubría la extraña, vertiginosa y armoniosa dinámica de una maquinaria eterna e infinita; y yo, la mosca, me sentía crecer y achicar, oscurecer y palidecer. Yo mosca, presa, inadvertida, vi el río detenido y el cielo bailando profundamente, en su distancia interior incalculable. Un dedo azul de cielo me acarició mis alitas, mi barriguita de mosca, mi ojos múltiples y cansados. Sentí mi primer consuelo, un consuelo que parecía para siempre. Y olvidé la mirada feroz de los tránsfugas, los imputados, los avariciosos, y la dureza de los patrones, el peso anímico que arrastran los cayucos, la villanía de las negociaciones internacionales; olvidé a los damnificados por las depresiones financieras, a los tergiversados por la fiscalía de ciertos casos, a los estafados por los macroprogramas, a los embaucados en macroproyectos.

El dedo azul iba retirándose de mí lánguidamente, igual que la mano de un pianista tras la última nota de un nocturno. Y la tristeza volvía a mi pequeño cuerpo negro, junto con la memoria. El mundo se inyectaba poco a poco en mi vena de mosca. El río de los coches se movía con la oleada verde de los semáforos. Ya estaba el cielo detenido, cosido como un forro sobre la avenida.

Una lágrima invisible cayó sobre mi plato. El plato del que libo. El plato azucarado.

 
 

Lágrima

Foto: Marilyn Minter

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