Parece que sólo existe lo que sale en los medios de comunicación. Así salió, de la noche a la mañana, la problemática de la prostitución callejera en Barcelona, apretando la tecla del zoom en la zona del centro y en concreto las Ramblas, y apretando un poco más la tecla del zoom en el mercado de la Boquería y en concreto en los soportales que lo rodean. Ese fue el escenario de unas fotografías publicadas por un periódico y que el mismo día, y por ese mecanismo automático de las noticias jugosas, capturaron y entregaron a la opinión pública, bar por bar casa por casa, a través de las pantallas de la televisión todos los telediarios. Fotografías de prostitutas en su mayoría inmigrantes asaltando el paseo de turistas y ofreciendo sus servicios con la insistencia de los camareros de chiringuitos playeros o de los guías adolescentes de países norteafricanos, de explícitas escenas en plena faena con variedad de posturas como si fuera un catálogo de propaganda, y de condones tirados junto a las paradas del mercado, en el mismo suelo donde a la mañana siguiente los camiones de abastecimiento descargan la mercancía. Y aunque de esa publicación hace ya unas semanas se sigue dando información intermitente desde cualquier medio de comunicación, no sea que nos olvidemos.
Quizá fuera por eso, porque las fotos estaban hechas en un punto que en los últimos años se ha convertido en reclamo turístico que también incluyen las guías, el mercado de la Boquería, y que el turismo en Barcelona esté disminuyendo o degradándose, o las dos cosas a la vez (no está de más recordar que antes de la prostitución nos inundaron con imágenes de robos, hurtos, agresiones y otros actos delictivos cometidos en esa misma zona, algunas de las cuales protagonizadas ya por aparentes prostitutas). Quizá por eso y porque se empieza a vislumbrar en el horizonte la cercanía de las elecciones municipales, y el desgaste en el momento adecuado, como se ha demostrado tantas veces, es una arma efectiva.
Por lo que sea sorprende asistir al debate que ha generado y a la retahíla de opiniones desde el ámbito político, algunas de ellas, aunque no del todo opuestas, sí que no demasiado ajustadas a la teórica coherencia interna de los partidos e incluso coincidentes entre los que son enemigos conocidos en otras cuestiones. Aunque de todas las declaraciones me quedo con las de cierto político que dijo aquello de que se debería aceptar la prostitución callejera en un barrio concreto siempre y cuando los vecinos estuvieran de acuerdo, declaraciones de las que según tengo entendido se apresuró a retractarse, echando por tierra la posibilidad de un referéndum de barrio donde la gente iría a las urnas para aceptar o no que la prostitución y todos sus derivados formaran parte del paisaje de sus aceras a partir de ese día.
Pero ya que estamos, ya que cierto día nos llegaron esas fotografías y todas sus consecuencias, entiendo que estamos hablando de dos problemas distintos. Uno, aparentemente más fácil de afrontar (que no de resolver), el de la prostitución callejera en sí misma, el impacto en los barrios, la degradación, problemas más que nada de orden público, de estética, de seguridad ciudadana, de apartar esa actividad de la calle y plantear la existencia de más burdeles donde enmarcarla. Cuestión que, se entiende, corresponde a los ayuntamientos. El otro, más profundo, mucho más espinoso, es el de la legalización o prohibición de la actividad. Y aquí es donde las declaraciones se disparan sin tener muy claro donde está la diana. Pero como decían el otro día que lo que no se legaliza ni está prohibido ni está permitido, excepto en algunos casos que defienden claramente la legalización o todo lo contrario, el resto no acaba de mojarse del todo. Será porque hay problemas que conllevan diversas soluciones posibles, más o menos acertadas y sólo hay que escoger una de ellas, y otros que también tienen posibles soluciones pero que ninguna es buena, cualquiera de ellas genera nuevos problemas. Así ante la legalización se ha alegado que no deja de ser un tipo de violencia sexual hacia la mujer, de explotación aunque sea voluntaria, y entonces eso es lo que estaríamos regulando. Y es más, quién dice que la legalización y el pago de impuestos que derivará de ella no hará que se mantenga el oscurantismo, las actividades subterráneas y, utilizando un concepto de las actividades comerciales legales, la competencia desleal. Y sobre la prohibición se ha alegado que sigue generando más marginalidad, que mantiene fuera de la regulación laboral (derechos, prestaciones, asistencia) a un amplio colectivo de personas y que, por encima de todo fomenta el tráfico de personas y la aparición de mafias, con lo cual tampoco debiéramos dejarlo así.
O sea que se mire por donde se mire siempre habrá peros a cualquiera de las iniciativas sin olvidar que el más atrevido, el más creativo, el más decidido, puede ser víctima de sus propuestas si está en juego algo tan sensible como la opinión pública y los resultados electorales.
Hace unos días un artículo ponía a Holanda como ejemplo de fracaso de legalización al provocar un continuo ir y venir de potenciales clientes de los países vecinos donde no existe tal legalización, convirtiendo zonas en auténticos mercados del sexo con la consecuente degradación. Pero tal vez si se tuviera que prohibir la prostitución debiera pensarse en alguna medida a gran escala para inhibir el deseo sexual de todos los hombres del mundo que por el motivo que sea no tengan acceso a mantener relaciones sexuales digamos convencionales, o de los aunque tengan acceso necesiten hacer uso de estos servicios, o de los que simplemente consumen sexo de pago como quien consume otra cosa. Porque sino ¿qué estaríamos haciendo?
Lo que sí es verdad es que este es un mercado que va en aumento, y en el caso de Barcelona no sólo en el lugar donde se hicieron las fotos y que ha hecho que todos nos tengamos que llevar las manos a la cabeza, sólo hay que pasarse por las inmediaciones del Camp Nou cuando la noche se impone, por mencionar uno de los muchos puntos donde podemos encontrar prostitutas ejerciendo en la calle, o por cualquier carretera a cualquier hora del día, o por el paso a Francia por la Jonquera, con apariencia de parque temático. Todo esto existe aunque nos planteemos esconderlo.
Para mí lo único que puede tener de obsceno el sexo es cuando no es voluntario, concepto este también a veces difuso, porque cómo saber hasta qué punto hay o no voluntariedad, es decir, la voluntariedad es susceptible de ser manipulable. Pero si ya nos bloqueamos aquí poco avanzaremos, así que lo primero es acabar con el tráfico de personas y luego ir avanzando hacia la legalización de una manera, cómo diría, ¿controlada?, ¿equilibrada?, lo que sea, pero algo para que cuando pase la tormenta de las fotos publicadas y todo se apacigüe, no deje de hablarse de todas estas cuestiones y dentro de un año volvamos a estar en el mismo punto. Lo de la degradación de la actividad en las calles también es importante, pero ¿no deberíamos empezar primero por esto?