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ISSN 1989-4163

NUMERO 06 - OCTUBRE 2009

 

Demasiado Riesgo

Il Gatopando

No es fácil trasladarse de casa. Por ello, una vez dejó atrás la larga búsqueda, la tortura de la mudanza, suspiró de alivio. Ya sólo le quedaba reponerse del vacío emocional que todo cambio de hogar conlleva y adaptarse. Además, había tenido suerte. La casa parecía agradable, acogedora, era luminosa y ofrecía una inteligente distribución de los espacios. Aunque la renta no era barata, las había visto también más caras.

Le llevó poco tiempo advertir algunas insuficiencias. No sólo que a los vecinos se les oyera más de la cuenta y que la señora de al lado pareciera ducharse en el armario de su propio dormitorio, o que los desagues del piso superior surcaran los techos de su sala con una impunidad burlona, o que las paredes que daban al exterior parecieran de pladur en lugar de ser macizas y los enchufes en ellas instalados se desencajaran a las primeras de cambio. No, lo que más le asombraba era la existencia de grietas tan visibles en una edificación tan nueva, así como el que algunos suelos estuvieran inclinados.

Sabía que su propietaria había pagado una buena cantidad por ella. Su prioridad había sido venderla, optando por el alquiler sólo ante la imposibilidad de hallar un comprador. También a él le hubiera gustado comprarse una casa, aunque en su caso para vivir en ella, pero la brutal escalada de precios de los últimos años no le había dejado ninguna posibilidad. Las hipotecas eran cada vez más prolongadas y mayor el porcentaje de sus ingresos que el comprador debía destinar a la adquisición. Era la consecuencia de meter en el mismo saco un derecho –o, cuando menos, una aspiración- y la pura especulación.

El fenómeno había sido generalizado a escala nacional y no había hecho distingos de credos políticos, al menos no en lo que concierne a las dos principales fuerzas representadas. Una había sentado las bases y puesto el proceso en marcha mientras que la otra, una vez llegada al poder, se había conformado con lo que había e incluso no supo resistir la tentación de sacar pecho cuando el espejismo de los indicadores macroeconómicos refulgía con fuerza.

Era así como, una vez producido el vuelo, el país se había encontrado con un stock de casi un millón de viviendas sin vender y nadie sabía cuánto tiempo llevaría absorberlo. Se trataba, en muchos casos, de casas similares a la que él se había trasladado. Ahora que contaba con cierta experiencia las identificaba con facilidad -no sólo porque se las encontrara por todos lados- y desde fuera le seguían pareciendo muy vistosas.

Se acordaba entonces de una noticia que leyera en el periódico meses antes. Se refería a un endurecimiento de la legislación en la edificación de casas que había entrado en vigor tras conceder el gobierno una moratoria de casi dos años a los constructores para que se adaptaran. El documento fijaba condiciones más estrictas respecto a aislamientos y sostenibilidad y establecía límite de decibelios que en condiciones normales garantizaban el bienestar de sus ocupantes. Le había llamado también la atención el sigilo con que la medida entrara en vigor, acostumbrado a que en su país cualquier nimiedad levantara una polvareda.

Una lástima que le medida llegara tarde y no afectara a la enorme bolsa de casas que había quedado sin vender. En cuanto a las que sí habían encontrado comprador era obvio, a la luz de la nueva situación, que se habían pagado precios muy inflados. Y es que eran muchos los que habían creído que la escalada de los mismos no tendría fin. Esa misma mentalidad había desincentivado a los constructores a invertir en sus propias edificaciones, ¿y es que si la propia dinámica de los precios garantizaba por sí misma sustanciosas ganancias para qué molestarse?, ¿no?

Claro que a él todo aquello no le preocupaba demasiado, del mismo modo que se había resignado a las consecuencias de una dinámica tan demencial: paro, quiebras –y no sólo de valores-, endeudamiento, morosidad, embargos, devastación del litoral, de entornos privilegiados… No, lo que a él de verdad le fastidiaba era tener que ir pensando –recién trasladado- en buscarse una nueva casa con todo lo que ello conlleva: la larga y fastidiosa búsqueda, la pesadilla de la mudanza, el vacío emocional que entraña todo cambio de hogar, el riesgo de que la nueva casa no fuera buena, no estuviera bien construida. Al menos, ahora tenía cierta experiencia, sabía que convenía evitar las casas más recientes, esas mismas que copaban la oferta pero que entrañaban demasiado riesgo.  

 
 

Demasiado riesgo

Imagen: Javier Seco

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