La ropa de los muertos hay que regalarla. En cuanto me vieron toqueteando los vestidos de Martina me lo dijeron: Cristina, la ropa de los muertos hay que regalarla. Yo dije que sí, que sí, pero ya entonces me vi incapaz de dársela a alguien. Pienso que si veo a otra mujer que no es mi hermana con su ropa, me volveré loca. Dije que ya me encargaría yo de regalarla, que tengo una amiga que las está pasando canutas para vestir a sus hijas. Y que son grandotas, las niñas, que con unos retoques a los vestidos les irá. Todas mis tías y mis primas y hasta Ramón me miraron sabiendo que miento, pero nadie se atrevió a quitarme las camisas que estaba acariciando como si fueran gatos. En ese momento apareció Pilar y me quitó bruscamente una camisa blanca de las manos y se la puso en la cabeza, tapándose los ojos, y se puso a bailar y cantar muy alto. Nadie lo esperaba y casi que nos asustamos un poco con la niña, pero yo en el fondo lo agradecí. Rápido mis tías empezaron a decirle que cómo se le ocurría presentarse así, que cómo se le ocurría coger la ropa de la tía Martina, que cómo se le ocurría darnos ese susto, que cómo se le ocurrían todas esas cosas que se le ocurren a Pilar y sólo a Pilar. Y me dejaron en paz con mis gatos de tela.
Cuando todos se fueron y me quedé sola, me probé los trajes de mi hermana. Me miré en el espejo y me pareció estar viéndola. Aunque eso no es ninguna estupidez: somos gemelas. Mi hermana estaba un poco más gorda que yo. Y también era más alta. Y más lista y más simpática. Pero en el espejo y de las mismas ganas que tenía de verla viva, la reconocí. Apareció Pilar por detrás del espejo, la pude ver como venía saltando y riéndose.
-Pareces la tía Martina, mamá, quítate esos vestidos que pareces una muerta.
Y una parte de mí sí ha muerto con ella, aunque eso no se lo dije. Por muy caradura que sea mi hija y por muy espabilada que sea, hay cosas que no le digo. No le dije todavía que quería parecer una muerta, que quiero ser la tía Martina. Y que, a partir de ahora, voy a hacerme llamar Tina siempre y por todo el mundo. Porque mi madre nos puso Martina y Cristina y a las dos se nos puede llamar Tina y las dos podemos ser la misma dentro de un nombre. Ella insistió en que me quitara el vestido, pero le dije que era mío. Entonces llegó Ramón y me dijo que había una mujer en el salón que quería hablar con nosotros sobre Pilar. Salí a ver quién era y no lo supe, así que me senté en el sillón a escuchar y la mujer se puso a hablar con Ramón. Después apareció Pilar con todo aquel asunto de la regla, de la sangre. Yo me hice la tonta: grité de alegría porque mi niña ya era una mujer y conseguí espantar a la mujer aquélla. Me llevé a Pilar a una habitación, queriéndole decir a Ramón que iba a hablar con ella para regañarla, pero lo que yo quería era hacer un trato con ella.
-Sé que no tienes sangre, que te has cortado, ahora quiero que me digas dónde ha sido, para curarte la herida, y quiero saber también quién es ese niño del que habla esa mujer, y por qué dices que vas a tener un hijo, quiero que me lo cuentes todo. Te voy a ayudar. Cuando me venga a mí la regla, mancharé las braguitas y te las daré para que consigas engañarlos a todos. Pero tú tienes que ayudarme a ser la tía Martina.
Le expliqué que no puede ser que diga que está embarazada y también que tiene la regla. No sabía que cuando una tiene un bebé, el periodo desaparece durante una temporada. Abrió mucho los ojos cuando se lo conté. Le dije que, a partir de ahora, hablara de aquella primera mancha que le enseñó a la madre de Tomás como una pérdida de ésas que se tienen al principio. Y que yo mancharía las braguitas para que ella dijera eso de las pérdidas y que tiene que hacer reposo, para evitar que la vea mucha gente y haya más ojos dispuestos a descubrir la verdad. Desde entonces y con la ayuda de Pilar, que me roba comida a escondidas, estoy más gorda y me parezco más a Martina. Me pongo algodones en los zapatos y parezco más alta. No salgo mucho a la calle para que no me dé el sol y estar más blanca. Pilar se va poniendo cojines más grandes cada mes y la madre de ese niño no sabe ya qué hacer para desenmascararla. Yo desde luego no voy a ayudarla, porque necesito a Pilar para hacer creer a la gente que soy mi hermana. A veces ella me mira y se ríe a carcajadas y me dice: mamá, estás loca. Entonces yo también me río y ella me dice: estás muerta de risa, Tina.
Ayer por la noche le dije a Ramón que me iba a dormir a la cama de Pilar. Me inventé que pasa mucho tiempo sola y que a lo mejor todas esas travesuras las hace para llamar la atención. Me disculpé diciendo que desde que había muerto Martina había descuidado mucho a mi familia y era hora de hacerles caso a los vivos. Él dijo que se alegraba mucho y que tenía razón. Me imagino que de lo que tenía ganas de verdad era de pasar la noche solo. Eso lo sé ahora. Pero no me fui a la cama de Pilar. Me metí en el armario. Allí dentro, me puse un vestido rojo de mi hermana que tiene manchas de color negro. Me puse su ropa interior. Y también unos zapatos suyos. Por la noche, cuando Ramón dormía, empecé a hablar como me imagino yo que hablan los fantasmas. Salí despacio y me metí en mi cama. Le dije a mi marido, que en esos momento pasaba por cuñado, que era Martina, que había vuelto, que había matado a mi hermana para poder vivir yo, que había ocupado su cuerpo y que tenía que ayudarme a que nadie lo notara. Le dije que tendríamos que comportarnos como marido y mujer. Mientras intentaba convencerle, mi marido me cogió de la cara y me besó en los labios.
-Soy Martina, Ramón, soy Martina.
Como queriéndole decir que no me besara en la intimidad, que en la intimidad no hacía falta, que sólo en público, que no era Cristina, quiero decir que no era yo, que era mi hermana, aunque sí lo fuera. Por un momento pensé que me había descubierto y que aquellos besos significaban algo así como: déjalo ya, Cristina, déjalo ya que sé que eres tú. Pensé que esos besos eran de lástima por mí y por mi hermana, por mi locura. Pero no. No querían decir eso. Querían decir: te he echado tanto de menos, Tina, Tina de mi alma, pensé que no volvería a verte. Querían decir que mi marido ha estado toda la vida enamorado de mi hermana gemela y yo no lo sabía. Querían decir que estoy atrapada en el cuerpo muerto de mi hermana y que por primera vez mi marido desea ser mi marido. Esta mañana hemos amanecido abrazados y Pilar, al levantarse, ha venido corriendo, ha entrado en la habitación y de un salto de ha puesto entre nosotros, sonriendo. Por primera vez me parece que somos una familia.