Me pregunto si cuando todo esto termine mis vecinos y yo seguiremos saliendo cada tarde al balcón para aplaudir al mar por su cadencia, sus horizontes, sus variaciones tonales, su fortaleza y su calma, la transparencia y lo espumoso, por los amaneceres turbulentos y los atardeceres deslumbrantes, por su constancia, la libertad, los olores salinos y salvajes, el ritmo y su rumor; si nos acordaremos entonces de agradecerle cómo nos ha cuidado la mirada en estos meses en los que ha sido nuestro amable y único paisaje, el espejo de nuestras existencias en el confinamiento, el que ha convertido nuestra vida en un crucero sin escalas.