Llegué por el dolor a la alegría.
Supe por el dolor que el alma existe.
Por el dolor, allá en mi reino triste
un misterioso sol amanecía
José Hierro
“Todo aquello que amamos y perdimos, que amamos muchísimo, que amamos sin saber que un día nos sería hurtado, todo aquello que, tras su pérdida, no pudo destruirnos, y bien que insistió con fuerzas sobrenaturales y buscó nuestra ruina con crueldad y empeño, acaba, tarde o temprano, convertido en alegría”.
(Primer párrafo del primer capítulo de la novela “Alegría” del escritor y poeta, Manuel Vilas, finalista del premio Planeta 2019)
Aun a riesgo que el Gran Vilas me denuncie por plagio por el título de este artículo que da nombre a su última novela hasta la fecha y por incluir aquí el primer párrafo de la novela citada, que para uno, es un manual de instrucciones para no perder la esperanza, la confianza y la Alegría en estos tiempos de incertidumbre, intentaré explicar qué cosas me traen ahora Alegría, cosas pequeñas, casi diminutas como granos de arena o gotitas de agua, que hacen que las ventanas del alma entonen un canto sereno tras el cristal de la ventana de mi casa. Soy doblemente plagiador pues además de incluir como título el de su novela, he insertado su primer párrafo que para mí ya es por sí solo un libro, un conjunto de palabras que he leído muchas veces y siempre me dicen cosas nuevas, distintas, evocadoras. De profundis.
El simple hecho de abrir los ojos cada mañana ya me crea Alegría, El primer rayo de sol que entra por la ventana y acaricia mi cara, el desierto blanco de mi cama, los libros en las estanterías. El primer cántico de los pájaros que tengo sobre mi techo, como decía en uno de sus hermosos poemarios, Jorge Guillén. Escuchar el piar de los gorriones serena mi alma, alegra mi espíritu porque son los anunciadores del nuevo día que nace y uno con ellos. El primer sorbo a la horchata, sin fartons que son una delicia como bien sabe ya el Gran “V” y regodeo con mis labios, la lengua, mi paladar con el disfrute del líquido blanco valenciano, un gran, un enorme invento para el mundo.
Sentir el agua sobre mi piel, en mi pecho, tejiendo mi pelo aún moreno, relaja las inquietudes y las zozobras de la jornada anterior y las noticias menos alegres que nos asaltan desde los informativos, desde los media con algunos destellos de esperanza como los de los niños que nos transmiten su Alegría. ¡Qué enormes profesores son los más pequeños, como bien decía la Madre Teresa de Calcuta! Ellos nos transmiten, nos mandan con sus palabras, con sus ojos, con sus besos, con su sonrisa la Alegría que necesitamos que nazca en nuestros pechos, en nuestro ánimo inquieto. Ell@s son los garantes de nuestra seguridad porque cuidan y velan por nosotr@s con palabras prestas. Y permanecen en casa con nosotros y saben que este tiempo de duermevela pasará a pesar de que tampoco puedan ver ahora a sus abuelit@s, a sus tí@s, a sus amig@s, salvo por sus juegos internáuticos, que en eso también son grandes profesores. Una amiga tiene una niña de 10 años que le reprende cuando sale demasiado de su casa y le dice que se cuide y que la quiere mucho, pongo por caso.
La Alegría, que no sé cómo explicar con palabras, cuando hablo por teléfono con mis amigos y amigas y me cuentan que están bien y les pregunto cómo van y qué hacen y nos mandamos mensajes de ánimo y tranquilidad pues ahora todos navegamos hacia puerto inseguro que no tiene bien marcados los plazos de llegada.
Las ganas de besarte, abrazarte, acariciarte son también en este momento de ensueño y deseo un enorme motivo de Alegría. Las ganas de verte y sonreírte y decirte cosas azules al oído y que tú me sonrías con tus ojos todo Mar, todo horizonte de brisa y luna, todo aire crepuscular que nos sumirá en la vigilia de las cosas por venir y tendrán el color de tus ojos y tu pelo.
Las inmensas ganas de quedar con los amigos tras este paréntesis de mal sueño inesperado y rular de bar en bar, de restaurante en cafetería y beber cervezas matutinas y nocturninas hasta perder el conocimiento si nos apetece y brindar una y otra vez por esta amanecida que ha de llegar cuando menos lo esperemos. Libar las ambrosías del lúpulo también es otra clave de la Alegría que nos espera.
Volver a vernos, ir a presentaciones de libros pendientes, ver las películas esperadas en buena compañía, las obras de teatro con fechas nuevas, los conciertos que se suspendieron pero regresarán con nuevas ganas para todos es otro gran anhelo de Alegría pendiente.
Escuchar a mi hermana y a mi sobrino que están bien y me sonríen y dicen tonterías y yo les contesto otras tantas es un Enorme Anuncio de Alegría que embarga cada uno de los rincones, cada una de mis estancias y animan a seguir adelante a pesar de todos los pesares con la bandera de la Alegría bien izada en el mástil más puntero de este barco que sigue con su navegación rumbo a su isla de los sueños.
Y más pequeñas cosas que no valen dinero, que no aportarán PIB a la economía, ni cotizan en el IBEX ni aportarán dividendos ni beneficios en estos tiempos de rebajas pero regalan Alegría al Corazón.
Bueno, el Gran Vilas espero que me disculpe por plagiarle el título de su hermosa novela, una road letter, un canto de amor a los Hijos, como su anterior “Ordesa”, un enorme canto de Amor a los Padres, a los suyos y a los de Todos. Y si no, ya nos vemos donde sea y discutimos con unos buenos vasos de horchata y fartons que no falten, mientras debatimos cómo irá el Elche y el Zaragoza en la próxima edición de la Liga y si subiremos o no a Primera. Porque el fútbol como la música, como el cine, como la literatura, como el teatro, como las artes plásticas son otros grandes goces de la Alegría y espero que nadie se olvide de ellas cuando vengan las rebajas y prioricen, según dicen los políticos, en tiempos de rebajas.