Soy una puta. Tengo veinticinco o veintiséis años, no estoy segura. A mi nadie me ha dicho mi día de nacimiento, ni el mes, ni el año de verdad en que nací. A veces pienso que no nací, que si desde el principio no lo sabía nadie, lo de mi fecha, es porque no hubo parto, ni madre, ni niña, ni nada. Por eso tengo esta suerte rara, que unas veces me alegra- sobre todo cuando hace calor- y otras llora, claro eso es cuando llueve. Yo noto mucho la naturaleza, será que paso muchas horas al borde de la carretera, de pie, que yo no llevo silla, la silla me hace perder trabajo porque no se me ve el cuerpo, el culo, el ombligo, esas partes que los hombres buscan y comparan en las carreteras, aunque sea de noche, te ponen los faros y se fijan. No miran la cara, menos mal, la mía está cansada y arrugada de tanto aguantar naturaleza fría, a veces nieve, y yo en tanga. Y también me estropea la petaca, a la corta no, me da fuerza y calor, a la larga me duele en el estomago y me pone fea la piel. Ahora estoy a la espera, es mucho tiempo cada día a la espera. Esta carretera tiene pocos coches, pero lo bueno es que no pasa la policía, los que vienen ya saben a lo que vienen y somos pocas aquí, tres o cuatro, depende del día, porque Rebe está muy mala, y sangra mucho de la parte que le da de comer, no es la boca. Le hablo al móvil, como si lo estuviera escribiendo, porque algún día puede que ya no pueda estar en la carretera y pueda hacer un libro – si otro lo escribe- y me den dinero para comer y pagar el cuarto, lo básico. Es que sé que si me pongo demasiado cansada o enferma como la Rebe , yo no soy tan fuerte como ella, eso es seguro, que se ríe y hace bromas con sus males, que dice que le vienen de no obligar a los tíos a ponerse goma. Yo es lo primero que les digo y es verdad que siempre protestan, una vez un tío se enfadó tanto que me pegó tres hostias en la cara, Plaf, Plaf, Plaf y cuando iba a la cuarta le miré con tanto miedo que se asustó y aproveché y me fui del coche, corriendo, y perdí el bolso y todo el dinero que había ganado ese día, pero no me pegó la cuarta. Cuando volví el bolso ya no estaba, seguramente lo cogió el y con mi dinero pagó a la Rebe, ella dijo, -que le aproveche al hijo puta…, se va a enterar de lo que vale un peine…
Pero hay una cosa de la que quiero hablar, aunque se me hace un nudo, en las tripas, en la garganta y en el corazón. Tengo dos niños, una niña la Iciar y un niño, Paco. No los he visto hace mucho, pero por la mañana, siempre les digo Buenos días, estoy segura que si una madre, por muy puta que sea, saluda a sus hijos con su pensar les da alegría, aunque ellos no sepan porqué, …, me pongo blanda si hablo de esto, pero si no lo hago, es injusto. Lo más bonito y lo más triste que me ha pasado son mis niños. Están en Acogida, igual están en adopción porque no he ido a verlos, nunca he ido, ni tampoco he cumplido las normas, y no puedo hacerlo, si me ven, igual notan que les quiero, igual quieren venir conmigo y no podría llevarles más que al cuarto, es pequeño el cuarto, da para dormir, hacerte café, y lavarte en una ducha bien pequeña que hay en la cocina, muy mal instalada, un tipo, que se vino una tarde a tomar chupitos- limonchelo se trajo- en la confianza que era vecino y de que yo, lo dijo él, le gustaba, se quedó de piedra, Ceci, me dijo, un día te vas a electrocutar tía, que la instalación es una mierda…, ¿cómo iba a hacerles yo eso a mis hijos?. Todo el cuarto está hecho polvo, y como es un bajo, lleno de humedad, pero para mi ya vale, le pongo un pañuelo rojo a la lámpara de pie y da una luz bonita, de cavaré. La Iciar fue la primera, yo tenía diecisiete o dieciocho años?, ya he dicho que no lo sé, este dato siempre será inseguro, en unos papeles diecisiete y en otros dieciocho, pero que más da, si la edad como dice Miranda, una de la carretera, está en la cara, entonces yo tengo cuarenta o más, y ella, la Miranda, aunque sepa seguro que va para treinta y siete, tiene veinte y cuando se viste de colegiala y no se pone maquillaje en los ojos azules tan grandes y dulces, puede parecer, si ya está oscuro, de solo dieciséis. La juventud que tiene su cara y las tetas operadas y tan grandes le dan pasta, es la que más gana, con polla y todo. La Iciar fue una sorpresa, yo no sabía que estaba en estado de embarazo, como unas veces tenía la regla y otras no, yo que sé que pensé, cuando empecé a ponerme gorda de la barriga ya estaba claro. Yo me cuidaba entonces, no salía a trabajar, en una casa para madres adolescentes de la fundación “Madre joven” me daban de todo, trabajar sí, pegando sellos, que nos traían sacos y sacos de cartas, barrer y fregar suelo, pelar patatas, hacer los waters, pero de puta nada. Es que La Iciar, era seguro de una noche con un tío distinto a los otros, uno bien. Estaba en una cafetería, tomaba café con leche y ensaimada, tenía años, igual más de treinta, pero un señor. Me invitó a merendar, y yo acepté, porque el café olía que alimentaba y las ensaimadas estaban rellenas de cabello de ángel, y eran dulces. Solo había salido para llevarle hilos a la Madre Pilar, la monja que cosía en la casa de huérfanos que yo vivía y no volví hasta el día siguiente. ¡Y la que se armó!, el cura que venía a confesar, Don Ramón, me dijo de todo, que parece mentira que un cura diga insultos, pero vaya que sí. Ya nada fue igual, nueve meses después llegó La Iciar…, se me caen las lágrimas si me acuerdo de su carita cuando la vi la primera vez, era bonita, era elegante,¡va en serio! que parecía la hija de una princesa, aunque su madre fuera yo. Y le puse el nombre por lo guapa, porque un día en la calle, una madre y una hija, muy rubias y muy puestas, que me recordaban a Grace Kelly la de Mónaco se cruzaron conmigo, y la mujer le dijo a la niña, -Iciar, cielo, vamos a comprar bombones…
Yo no sé porque lloro, si, al fin y al cabo, seguro que tiene suerte mi niña porque tiene fecha de nacimiento, porque es fina, porque se llama Iciar y porque no está conmigo…, pero esto a veces me parte el corazón, yo soy egoísta y ya quisiera mirarla cuando le digo Buenos días.
El otro hijo fue un niño y nació cuando yo tenía veinte o veintiún años, ya he dicho que no lo sé. Yo estaba en un club de carretera, y trabajaba como una mula, y vivía allí, en ese club de letras rojas de la carretera que va a las Pedroñeras, que ya me había pasao mucho y había aterrizao allí. Yo no sé como fue, porque les hacía poner condón, pero yo que sé, un poro, algún picha fina, de esos que no les ciñe bien la goma y otra vez empezar, lo pensé, que si me lo quito, que si no, todas las putas de SexyParaiso me decían – Tú estás loca Ceci, quítatelo…, pero yo no lo hice. Pensé en La Iciar, que cuando fuera grande le gustaría un hermano, para no estar sola como yo. Y me lo dejé. También me acuerdo de su cara, roja y arrugada al nacer, y de que tenía un pie giradito, siempre será cojo me dijeron y lloré, un hombre cojo no es lo mismo, pero le puse Paco, que es un nombre normal, que lo tienen muchísimos y así igual su pie se nota menos y a saber, igual le han arreglado los huesos y de mayor no cojea, ojalá, por él…, Buenos días Iciar, buenos días Paco….
Y está amaneciendo, y se me ha quedado el cuerpo helado, ojalá no tenga el coño tan congelado y estoy ronca del frío y de este tabaco que fumo que rasca…, la petaca está vacía, mierda vida y yo helada, se acerca un coche y tiene unos faros tan fuertes que no veo nada. Y para, voy a acercarme, y a sonreír, que tengo que pagar el cuarto y comprar ternera que estoy muy floja…
Y como dice Inaya, la cuarta de la carretera, más negra que la noche sin luna y que lleva escrito en la camiseta: “yo soy lo más dulce de lo negro”,- no importa que no sepas quién es el tío porque los faros te deslumbran, todos son iguales, descoloridos como fantasmas…, envueltos en niebla.
Clic
Relato perteneciente a la colección VOCES.