Son pocos los nombres de los arquitectos que reconocemos como los autores de grandes obras o monumentales edificios, que dan la personalidad e imagen de muchas ciudades. Y si estos arquitectos son mujeres, la invisibilidad y el anonimato son todavía mayores.
Encontrarse un nombre como el de Plautilla Bricci nacida en Roma en 1616 a la que se considera la primera mujer en ejercer la arquitectura, ( algún día aparecerá alguna otra que sea anterior a ella, en algún documento perdido de iglesias o palacios y cuyo constructor actualmente, es anónimo), y es realmente un hallazgo, sobre todo porque como mujer, era más difícil que accediera a una formación que le permitiera construir edificios. Es evidente que esta, e incluso su actuación en el diseño y dirección de obras, tenía que estar solapada bajo un nombre masculino. Había nacido en una familia de artistas, y ella misma fue una gran pintora, que decoró con sus pinturas algunas de sus construcciones. Pero era su hermano Basilio, el que tenía el estudio de arquitectura, así es que ella, aparece como su ayudante, y según los contratos que se conservan, proyectó al menos, casi individualmente, la Capilla de San Luis que todavía se conserva y La Villa Benedetti, ya desaparecida, en Roma, y seguramente muchos más edificios, pero probablemente quedaron englobados dentro de los que realizó el estudio de arquitectura de su hermano. No volverán a conocerse otras arquitectas hasta el s. XIX, aunque quizás las hubo, y como ya sabemos que ocurrió con algunas pintoras cuyos nombres quedarían ocultos varios siglos, bajo un nombre masculino, ya fuera el del padre, hermano o marido, su nombre aparecerá, algún día, en algún documento olvidado en un Archivo.
Elpidio Bendetti, contrató con ella, La Villa Benedetti, y quedó tan satisfecho del resultado, que escribió una, guía en la que explica no sólo la arquitectura sino sobre todo las pinturas de la decoración interior que Plautilla realizó personalmente.
Según los expertos, la arquitectura barroca de la Villa, se ceñía al Barroco más puro sin dejar paso al clasicismo que se iba imponiendo.
Pero esta satisfacción, por la obra hecha, fue todavía mayor por el trabajo realizado en la Capilla de San Luis, en la iglesia de San Luis de los Franceses, tanto, que el Abate Benedetti, que se la encargó en 1664 y que tardaría seis años en acabar, quedó tan encantado por el resultado final y las pinturas realizadas por ella, que maravillaron a todo el mundo, que acabó cediéndole en usufructo una casa, como agradecimiento.
Su fama se extendió y por el prestigio conseguido por sus actuaciones, Plautilla Bricci fue admitida como miembro de la Accademia del Disegno di Roma. Algo inusual al tratarse de una mujer.
No será la única Plautilla, artista que fue reconocido su arte en vida, aunque luego su nombre se difuminara hasta olvidarse de ella.
Este año, una organización sin fines de lucro llamada Advancing Women Artists, que recauda fondos para conseguir la identificación restauración de obras de arte realizadas por mujeres, y la divulgación , con la ayuda entre otros, de los dominicos, restauró una imponente Santa Cena, de 7 metros y creada en 1568, y cuya autora solicitaba, como pago por su obra, sólamente, que rezaran por ella- S. PLAUTILLA.ORATE PRO PICTORA.-Sor Plautilla, rezad por la pintora.
Todas las restauradoras, expertas en arte, y que trabajan con la organización, fueron mujeres.
Cuando se cita un cuadro de la Santa Cena, a todos nos viene a la mente la de Leonardo, sin embargo era un tema muy popular y muy habitual en los refectorios de los conventos. Y casi todas suelen estar cargadas con lecturas simbólicas, en las que se muestra a personajes que representan, de una manera u otra, a la sociedad del momento en el que fueron pintados.
Esta Santa Cena, es realmente sorprendente, porque la monja Plautilla Nelli, cuyo nombre real era Pulisena Margherita, era autodidacta, pero es que además unía a su condición de mujer la de ser monja, con lo que les estaba vetado en aquella época, el estudio de la anatomía, y sin embargo consigue una excelente proporción y una gran expresividad en los rostros.
No fue sólo su labor de pintora, lo que llama la atención, sino su intencionalidad, ya que creó un taller de pintura para mujeres, y a través de la venta de obras devocionales, a la nobleza florentina, permitía que las mujeres elevaran su nivel de cultura y que el convento pudiera ser económicamente autosuficiente. Giorgio Vasari dice que": “Había tantos cuadros suyos en las casas de los caballeros de Florencia, que sería tedioso mencionarlos todos” Aunque lamenta que hubiera sido mujer, porque "“Habría hecho cosas maravillosas si hubiese estudiado como los hombres”. No es de extrañar que en su libro "Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos" ella sea una de las cuatro mujeres que cita.
Esta obra estuvo colgada en el convento hasta principios del s. XIX, tras la disolución del convento, y acabó en un almacén del Monasterio de Santa María de Novella, en Florencia. El paso del tiempo hizo que actualmente se encontrara en bastantes malas condiciones, por lo que el trabajo del equipo de restauración, ha sido muy largo y concienzudo, sacando a la luz, toda la carga sicológica que se aprecia en los rostros de los apóstoles, cuando Jesucristo les anuncia la traición de Judas. A esto se une uno de los aspectos en los que las mujeres pintoras se habían especializado, las naturalezas muertas, los bodegones, ya que como tenían prohibido el estudio de la anatomía, se dedicaron a pintar frutas, y objetos, de esta manera Plautilla, realiza uno de las mejores representaciones de naturalezas muertas de su tiempo.
Plautilla Nelli, no fue una mujer más, sino que luchó contra la desigualdad femenina de su tiempo, y partiendo de cero, pintó una de las santas Cenas más monumentales y llamativas del Renacimiento.