Todos en el reino sabían de la furia del dragón, de su trapacería y violencia, de los destrozos que ocasionaba en las poblaciones. Familias que habían perdido a sus hijas guardaban el rostro en habitaciones oscuras. Mujercitas recién doradas por el sol, que aun sonreían a los amaneceres e inundaban con su poderoso aroma las noches.
Eran esos aromas los que hacían que el dragón dejara su cueva, alargara al viento el hocico para dejarse inundar por las agrias gotas hasta enloquecer. Rabioso, con los ojos inundados de odio, el dragón bajaba la comarca y no cedía a los intentos de hombres y mujeres para detenerlo. Llegaba hasta su presa y se la llevaba para adorarla en ese ritual que todas las veces resultaba en locura y en una muerte dolorosa y despiadada.
El dragón era brutal y carnicero, vivía furioso odiando la luz del sol, la humanidad. Un animal poderoso en la violencia que gozaba la dócil luz de las mujercillas en ciernes.
La princesa junto con toda su familia lo supo. Ella despuntaba apenas el alba de su vida y escuchaba con atención las historias y las quejas de los padres devastados y su sufrimiento. Supo de las decenas de mujeres desaparecidas.Y sucedió que una noche calurosa, la princesa decidió peinar su larga cabellera negra en el balcón del castillo. El aroma que surgía de su lustroso vientre giró en el aire inundándolo todo y expandiéndose hasta la cueva del maldito dragón.
Batiendo sus endurecidas alas, el dragón se dejó guiar hasta su presa. La princesa no tuvo miedo. Contra todo propósito de cordura, se sintió admirada por la poderosa bestia que resoplaba frente a ella. No gritó, acercó la mano decidida para tocarlo. Algo de magia tuvo que haber en esa historia.La princesa decidió subir al cuello que el dragón le ofreciera, y fueron los viajes tan elevados, y el placer tan desbordante, que al rozar su dorada piel contra la escamosa y ríspida piel del animal la dicha corrió desenfrenada por cada una de sus células.
- Quiero vivir contigo.
- No sabes lo que dices. El mundo me odia y yo lo desprecio.
- Quiero vivir contigo toda la vida. ¿Por qué has venido a mí si no para tenerme?
- Para tenerte como he tenido siempre lo que quiero.
Y la decidida princesa no quiso ceder ante la furia del animal enceguecido por el odio.Esa noche en la cueva, la princesa permaneció muy unida, y cobijada bajo las alas del dragón; la bestia, a cada beso fue recuperando la humanidad escondida que habitaba entre sus escamas.La princesa miró al hombre desvalido. Algo extraño brillaba en el fondo de sus pupilas, quizá fuera algo parecido al amor.
- Nada he de dar, princesa, has llegado en una época en que ya nada puedo dar. Mañana, con el sol, volveré a ser dragón.
- Y yo viviré los días escondida en una cueva cercana, para venir a ti todas las noches.
El tiempo cruzó dos años sobre la tierra. Una niña con un brillo de luna nació.Las heridas de la princesa eran profundas para ese entonces. El daño estaba hecho, y el dragón enloquecía todos los días, peleando con otros monstruos, quemando poblaciones, odiándolo todo.
Cuando esa noche el dragón comenzó a transformarse en hombre, la princesa tenía en brazos a la niña, y lo miraba entristecida.
- Tengo que marcharme, y eso me despedaza el alma.
- Nada haré por detenerte, lo sabes.
- Estoy a punto de morir a tu lado, y nuestra hija merece una oportunidad, sabes que tengo que dársela.
La princesa caminó esas oscuridades a través de muchos kilómetros de bosques, atravesando la desolación. La madrugada se presentó. Los gruñidos de la bestia eran espantosos. La princesa corrió a una cueva detrás de una arboleda a esconderse. El dragón cruzó encima de ellas, furioso. A los oídos de la princesa solo llegaban los aullidos de dolor de los pobladores. El dragón los había asesinado a todos, pero el dolor permanecía en su garganta, hiriendo cada vez más profundo. En la cueva, la princesa cantaba una hermosa canción de cuna. La nena sonreía, y una luz intensa iluminaba alrededor.