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ISSN 1989-4163

NUMERO 13 - MAYO 2010

Apuntes desde el Filo

Javier Esteban

BEATO SILLÓN
Describiéndome a mí mismo con el título de Hombre Caligrama, a menudo pienso en el primer Guillén. «El mundo está bien/hecho.» Trato de ensamblar la cesura de este verso con la vasta caligrafía de mis tatuajes. Pectoral. Sobacos. Van la nalga diestra y el talón siniestro. Me tropiezo varias veces, he perdido el equilibrio para mantener una postura que recuerda un poco a la patada de la grulla de Karate Kid para este esfuerzo. «Aprendo a subsumir tu error. Vivimos en la edad del entrecomillado» insisto a la fotografía que contiene mi viejo manual de literatura de la secundaria. Es la única que tengo del primer Guillén. Para mi sorpresa, no guarda el menor parecido físico con Pat Morita. Pero la rodilla hay que levantarla igual y quedarse a la pata coja, los brazos en arco por encima de la cabeza. Por leer. Que Dios bendiga a los peleles de mi oficio en estas mastodónticas puestas de sol filtrándose por los visillos «con la vaga intermitencia/de su invocación en masa/a la memoria» y agotando la sonada imposibilidad del golpe. 


DEL COLOR EXTINTO DE LAS AZUCENAS.
«¿Y tú me lo me lo preguntas? ¿En qué consiste la grandeza de Duck Bombardier?», ladra con perezosa malicia la mayor de la chicas de la cantina, la que acaba de cumplir los 24 y llegó a las trincheras con un hermano tuerto por un pólipo perdido de los Serranos que hicieron arder París, mientras la decimonónica y rechoncha Anabelle Flowers, gerente no-declarada del local, saca brillo al mini-kalashnikov modificado que el viejo Duck le regaló de complemento a su muñón. Dicen que ya no se lo quita ni para cuando folla. Que saluda las embestidas del orgasmo con salvajes ráfagas de metralla. Anabelle elige bien a sus amantes, así que nunca he podido comprobarlo por mí mismo. «Si alguien estuviera de verdad interesado en ponerlo en duda», tercia ahora, para mi sorpresa y la de la muchacha, «le retaría a un duelo en este mismo instante: mi munición trifásica contra sus pelotas, a ver quiénes están blindadas contra quién.» Nadie deja de reír cuando me largo, rápido como un Serrano por salvar su culo del Madrid que Bombardier rescató armado tan sólo con una guadaña del color extinto de las azucenas, y todavía más avergonzado, si eso cabe.


EL IMPERIO DE LA RATA
En las Culturas Oficiosas del Cinturón de Lampedusa ―creado gracias a la espléndida intuición del arquitecto carioca Xesús Alampedrado de pasar del costoso proceso de terraformizar Marte a, directamente, atomizarlo para resolver el problema inmobiliario aquí en la Tierra― se recuerda la pequeña muerte ―metafórica― de la octava encarnación del Quíntuple Rey ―anónimo― de Asia, Eurasia y Oceanía, narrada en un blog por el más triste de sus primogénitos, el que se quedaría algo contrito por ―evidentemente― haber descubierto a sus tres padres y una sola de sus madres montándoselo en el lecho conyugal, mientras la restante hacía fotos con una arcaica Polaroid® sin la menor posibilidad de derrame digital.  «Las iba clavando en un corcho como a mariposas de papel de water», lamentó el muchacho, a quien su desfachatez le costó a la postre la cabeza; o ―más bien― lo que por aquel entonces se llamaba cabeza: un balón de hueso cosido con pringosas fibras cárnicas y también óseas a un odre de aire, flemas, escorbutos, incapaz de soportar las épicas tensiones de las estratosferas y de los más allás arriba, las rocosas esperanzas con las vastas órbitas elípticas que los lampedusinos nunca habíamos dudado antes en hurgar buscando nuestro hogar. 

Filo
 

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