Unai Elorriaga, hasta la fecha, no me había defraudado. Sus novelas me parecían no sólo originales, sino divertidas y refrescantes. En las alcantarillas de Internet aún pueden repescarse algunas de mis reseñas; ¡Cómo disfruté de la lenta maduración de sus entrañables personajes! Pero Londres…. Londres se me ha caído de las manos.
Hace veinte años que Sora desapareció de Región. Todos los días, su hermano Phineas sube al tejado para comprobar si la chica ha emprendido ya el camino de regreso. Como ella, muchas otras personas corrieron igual suerte en los oscuros tiempos regidos por un “Libro de Barda”. Como ya habréis adivinado, la acción se sitúa en un tiempo y un espacio indeterminados (la “marca de la casa”), y los personajes tienen extraños nombres o apodos. En la novela se machihembran los horrores, los experimentos científicos, las torturas, las desapariciones… resultando todo bastante previsible, y sin llegar nunca a ensamblarse con un hilo conductor que le dé más enjundia al relato. La situación de espera de Phineas llega a aburrir; también cansa el abuso que Unai hace de las mismas estructuras formales, como si el minimalismo como recurso estilístico sólo fuese la mecánica repetición de una misma fórmula que, en esta ocasión, no funciona. Eso sí, hay un largo pasaje en el que el autor parece tomarse un ácido y meterse bajo la piel de Agatha Christie, cuya relación con la línea central resulta forzada, absurda y gratuita. Una isla dentro de otra, una alegoría con olor a pesticida. Obsesiones. Sequedad. Morosidad narrativa. Demasiadas citas y demasiados psiquiatras. Búsquedas que no van a ninguna parte. Los experimentos literarios, en ocasiones, no sólo llegan demasiado lejos, sino que parecen concebidos para poner a prueba la paciencia de los lectores.
La chica finalmente no es una desaparecida- no, no voy a contaros el final-, como tampoco esta dictadura de cartón piedra refleja en modo alguno los horrores de las dictaduras que sí hemos llegado a conocer. No existe la anécdota y el libro no nos emociona, no nos engancha, no nos parece ni siquiera bien escrito. Pero así es la literatura: unas veces se acierta y otras no. Unai, este intento de sorprendernos se ha convertido en un experimento fallido. Quizá deberías cambiar de registro. No sé. O dejar de denunciar el sojuzgamiento humano por la línea del absurdo. Vuelve a Beckett; algo tienen sus personajes de lo que los tuyos carecen.
Pregunta: ¿Es obligatorio ser vasco para ganar un premio nacional con la primera novela? Que se lo pregunten a Unai Elorriaga o a Kirmen Uribe. Aunque…. Quizá sería más interesante preguntárselo a Javier Marías, a Ana María Matute o a Vila Matas.