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ISSN 1989-4163

NUMERO 13 - MAYO 2010

Tan Buena como Era

Jenifer Díaz

Rafaela, la pobre Rafaela, tan buena como era, ha muerto. Todos están en la puerta de la iglesia esperando que entre Rafaela como una reina, por la puerta grande, tal como se merecía. Está lloviendo muchísimo y por eso quizá la pobre Rafaela llega tarde a su propia misa de difuntos. Pero no importa, no importa porque fue tan buena que ahora el pueblo que ha salido a recibirla puede esperar todo el tiempo que haga falta. Mientras, comentan algunas cosas de la pobre y buenísima Rafaela, que en paz descansa.
-Anda, ¿qué haces aquí, es que conocías a la pobre Rafaela?
-Bueno, era amiga de mi madre. Yo no la conocía demasiado porque era pequeña, pero por lo visto me cuidó cuando mi padre murió y mi madre no pudo atenderme, así que me cuidó. Después enfermó ella y no la vi más, por eso no me acuerdo, porque yo era pequeña. Ahora es mi madre la que anda enferma y no puede moverse de la cama, así que vengo en su representación, porque le ha dado mucha pena de la pobre Rafaela.
-Ah, también pobre tu madre, ¿qué le pasa?
-Yo creo que no es nada, pero ya sabes cómo se pone. Tiene algo de fiebre y le han salido unas heridas en la comisura de los labios. Dice que se va a morir.
-No lo creo yo, eso, con lo fuerte que ha sido siempre Marga. No lo creo yo. Y, bueno, si se muriera, ¡el doble de personas aquí, esperándola, el doble!
-No diga eso, mujer.
El cura ha abierto las puertas de la iglesia, que sólo Dios sabe por qué estaba cerrada, y deja que entren todos. Él empieza a correr por debajo de la sotana, porque tienen que caber todos y, con lo que llueve, andan muy aprisa, así que para que no le alcancen corre arrastrando los pies, cómicamente. La pobre Rafaela todavía no ha llegado, así que el silencio que se esperaba de todos no es tal.
-¿Y qué le habrá pasado a la pobre Rafaela? Con lo que llueve.
-Pero... pero... mujer, qué le va a pasar, si está muerta, ya nada más le puede pasar.
-No hables así a ver si te va a escuchar Don Ignacio.
-¿Es que he dicho alguna mentira?
-No, chica, no, no has dicho ninguna mentira. Pero a uno muerto también le puede pasar alguna cosa terrible, ¿no?
-Como qué.
-Pues como que le pase algo a la funeraria y no puedan atenderte como es debido. O que, llegado el último momento, se descubra que no habías pagado los últimos recibos del seguro donde va lo del cementerio y no puedan enterrarte.
-¿Tú pagas eso, Elvira?
-Ah, claro.
-¿Y desde cuándo, si puede saberse?
-Pues cuando murió mamá teníamos que seguir pagando nosotras, ¿no? Ella pagaba por la familia. Y ahora que ella está adentro, alguien tenía que pagar. ¿O es que pensabas que te meten en el cementerio así como así, sin dar nada, por el amor a tu vida?
-No, ya. Bueno, no me lo había planteado, la verdad. Y oye una cosa.
-Di.
-¿A mí quién me lo paga, eso?
-Yo te lo estoy pagando sin que se entere nadie, sin que lo sepan los de casa, que bastante tenemos con llegar a fin de mes, pero te lo pago, hija, te lo pago, no te preocupes.
-Ah. Gracias.
-De nada, mujer, de nada, para eso estamos.
Don Ignacio empieza a impacientarse y a punto está de dar por finalizada la misa. Con el frío que hace y todo lo que está lloviendo, como furioso el cielo, lo último que esperaba él era que tuviera que estar ahí esperando. Cuando se lo comenta a su superior, le propone que haga la misa sin que haya aparecido todavía la difunta: la pobre Rafaela. Y, si viene, pues que siga. Y, si no, por lo menos no se aplazará para otro día. Así que vuelve al interior de la iglesia y anuncia que procederán a la misa sin que la Rafaela aparezca. No se sabe por qué no ha llegado todavía, pero, esté donde esté, se merece su misa y ahí van.
El alboroto de la gente empieza a disminuir y, cuando Don Ignacio toma la palabra, aparece Rafaela en el último banco de la iglesia. No muerta, no dentro de la caja, no traída por sus familiares. Aparece viva ahí detrás, sola, con cara de loca. Don Ignacio la ignora, como ha hecho tantas veces con otros muertos que se le han aparecido, pero Rafaela tiene algo en la boca, algo en los ojos, un gesto quizá obsceno y asqueroso, que lo mantiene alerta y curioso. Empieza a hablar y, de vez en cuando, se vuelve a mirarla para ver qué hace, para ver si ha cambiado la cara. Y Rafaela tiene los ojos llenos de deseo. Va vestida toda de negro y empieza a desabrocharse la camisa. Y la camisa la recuerda perfectamente Don Ignacio, es de Rafaela, de cuando estaba viva, y se la está quitando. Tan lentamente que le tiemblan las manos. De pronto, Rafaela saca la lengua y se repasa los labios con ella de una manera repugnante.
¿Repugnante o seductora?
Pero Don Ignacio mira a todos los que están allí de verdad, algunos medio llorando, otros rezando por lo bajo, escuchándole, recordando a la pobre Rafaela que en paz descanse. Intenta olvidar todo lo que ha visto hasta el momento pero tiene algo de caprichoso el banco del final que acaba por mirar, siempre acaba por volver a mirar: Rafaela ya se ha quitado toda la camisa y está tumbada al lado del banco, en el pasillo central, pidiéndole que vaya, que vaya con ella.
Se le seca la garganta al cura y empieza a temblar, un poco loco. No puede seguir hablando porque el cuello se le ha quedado congelado, como si no lo tuviera, como cuando degüellan a un gallo y sigue corriendo por el patio sin darse cuenta de que ya no tiene cabeza, de que ya no tiene vida y quiere ganar tiempo. Se coge el cuello para sorpresa de todos y se lo aprieta.
-¡Beba un poco de vino, padre, que lo cura todo!
En ese momento entra Rafaela, pero ya en la caja, mojada. Y, cuando están a punto de pisarla los que entran con ella, llegando tarde, Don Ignacio grita, con los ojos clavados en el suelo, donde está Rafaela odiosamente sensual:
-¡Cuidado!
Y la voz ya le sale, la voz ya le sale. Y la vida también. Todos, en ese momento, creen que se refiere a ese maldito suelo de la iglesia que, con los pies mojados, resbala de miedo. En la primera fila una mujer dice: por poco se nos muere. Pero no está asustada.

Tan buena...
Fotografía: Joana Kustra

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