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ISSN 1989-4163

NUMERO 13 - MAYO 2010

Dejad que los Niños

David Torres

Si hay un gremio verdaderamente espantado con los escándalos de abusos en el seno de la Iglesia es el de los pederastas. No los padres, acojonados por la perspectiva de llevar a un hijo a un colegio católico como el que lo rifa para una ducha en la cárcel; ni los niños, mero tiro al blanco para sotanas; ni siquiera los curas inocentes que se persignan ante los horrores de un club donde un día fueron admitidos como miembros (aunque no creían ellos que se tratara de esa clase de miembros). Sino los pederastas, que ven que, de seguir los curas por esos derroteros, ya no les van a quedar críos que calzarse. Cómo va a competir en buena lid un pobre pederasta aficionado con Brendan Smyth, un sacerdote irlandés con 74 violaciones a la espalda, o con el reverendo John Geoghan, con el record de 130 niños destrozados, por no hablar del campeón mundial Lawrence Murphy, un cura americano que abusó de 200 niños sordos y que se retiró de los confesionarios con una cariñosa palmada de indulgencia del entonces cardenal Ratzinger.

Sorprende que, con semejantes antecedentes de encubrimiento bajo la mitra, alguien todavía piense que este Papa con nombre de muñeco animado japonés va a animarse a poner orden en el rebaño. Nada menos que el New York Times ha topado con la Iglesia, una institución que tradicionalmente usa dos líneas de defensa contra sus críticos, lo mismo que los niños usan pantalones y calzoncillos. La primera es negarlo todo y lavar los trapos sucios en casa, bajo esa memez llamada Derecho Canónico donde, por lo visto, la violación a un niño se considera un delito más o menos de similar calibre al de mojar una hostia consagrada en café con leche. La segunda es señalar que los casos de pederastia probados son muy pocos, como si una sola cucaracha correteando alegremente por la cocina no probara que una casa está de mierda hasta los topes. Un solo espécimen de cura violador ya son muchos: qué decir de los más de cuatro mil registrados sólo en los Estados Unidos.

Desde las gafas hasta los trasplantes de corazón, pasando por la democracia, la Iglesia siempre ha estado en contra de cualquier avance que nos hiciera la vida mejor. Pedirle ahora una rectificación sería como pedirle a la Luna que se salga de su órbita y se calce unos bombachos. Con una gente que aún cree que el hombre no desciende del mono y que la Tierra gira alrededor del Sol, salvo que Josué diga lo contrario, es mejor no discutir de nada. Esto es cosa de la policía: ni Derecho Canónico ni hostias consagradas.

Y si tu iglesia te escandaliza, arráncatela.  

(Publicado originalmente en El Mundo)

Ratzinger
 

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