Petter Moen escribió este diario en hojas de papel higiénico, ayudándose de un clavo encontrado en su celda. Estaba en una prisión de Oslo, custodiado por los nazis. Al terminar la escritura de varias hojas, las arrojaba por la rejilla de ventilación. Nunca pudo recuperarlas ni corregirlas. Cuando lo trasladaron en barco a Alemania, le contó a uno de los tripulantes dónde había escondido aquellas páginas escritas entre el hambre, la soledad y el dolor. El barco se hundió tras chocar con una mina y Petter Moen fue uno de los fallecidos. El tripulante que sabía la historia sobrevivió y pudo rescatar dicho diario. Parece un milagro, parece de película. Pero sucedió de verdad. Este es el testimonio de esas páginas escritas entre febrero y septiembre de 1944.
La soledad resulta especialmente dura los domingos por la tarde. Pienso a menudo en mis amigos más jóvenes –¿cómo se las apañarán solos? Quizá la juventud tenga más paciencia que yo. La celda de aislamiento ya es dura –pero además están los castigos añadidos que la convierten en una verdadera prueba de carácter. No fumar – no beber – no tumbarse en la cama – no mirar por la ventana – no sentarse ni tumbarse en el suelo – no sentarse a la mesa ni en la cama – no escribir ni dibujar ni motar jaleo – no recibir ni enviar cartas o paquetes. Todo esto y cualquier otra cosa que se me pueda ocurrir para hacer pasar el tiempo está prohibido. Hace más de una semana que pasé 15 minutos al aire libre.