El chorro de agua, ardiendo, deslizándose por cada una de las vértebras del cuello me producían pequeñas sacudidas de satisfacción, escalofríos. Disfrutaba agilizando el enjabonamiento y el posterior enjuague, y así, dar rienda suelta al líquido elemento para que limpiase en cada poro los restos de una dura jornada de trabajo. Alguien golpeó la puerta. Mi padre, advirtiéndome, desde el otro lado que la calefacción la pagaba él, y la economía doméstica no estaba para echar cohetes.
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Con luna llena era difícil no ser descubiertos en sus labores nocturnas, pero no quedaba otra si ese invierno querían seguir calentándose y evitar la amputación de algún dedo, por congelación, como al tío Victoriano. Mi abuelo y mi padre, como felinos, deambulaban entre los vagones del tren y las vías. La vieja estación del trenillo que llevaba a Almodovar era lugar de reposo para las bestias de acero, que aún, portaban en su interior pedazos de combustible ardiendo. Noche sí y noche también ejecutaban la misma operación. Ejército disciplinado con calzado de esparto, pantalones de obra y jerseys parcheados, multicolores, por mil sitios. Robar carbón de las locomotoras hasta llenar el cubillo de cinc. A mi abuelo le resultaba fácil. Tantos callos en las manos le hacían inmune al calor que desprendían los trozos de hulla. Mi padre tiraba de maña, sacaba el pito para orinar sobre la calentura hasta lograr el enfriamiento. Así, hasta que cargaron como dios manda. Hasta las doce de la noche. Aquella vez fue distinta, la luna llena les delató y los dos guardas de la estación, perro viejos y resabiados, hicieron su trabajo, los muy cabrones, con creces, como si ellos fuesen a heredar.
Zumbaron a base de bien al abuelo, amoratándole el costillar. Al crío, mi padre, le dejaron ir con el susto en el cuerpo. No les importó, una semana después, cuando las heridas habían sanado volvieron a enfrentarse con la vida.
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Cerró el grifo, apretando, incluso, la manivela hasta el final.
Jamás sabes, cuando tienes y derrochas, el día que pueda hacerte falta
si de una ducha caliente va la historia. Jamás.