«Sobre ellos, implacable, tan inglesa como la monarquía, seguía cayendo la lluvia»: La ofensa, Ricardo Menéndez Salmón
De la lluvia que no llega
estoy cansada de esperarte,
así, con este viento marea
el alma contaminada por tu silencio.
De la lluvia que no llega a los tejados
y me resbala mojándome los labios
para secarse enseguida
antes de poder ver en ese espejo, desnuda,
el vaho de tu hueco.
Se pegaba, y erizaba los cristales
hasta robarles su intimidad a la ventana.
Chorreaban ante mí, ansiosas, gotas de tu humedad
palpable a mis deseos despiertos de vana noche,
en vela y cera por mi cuerpo derretido de ti.
La noche, esa sequedad que me esquilma
la piel y rezuma, con su boca,
la inasible paz de mis manos.
El cuello izado por el moño del que se desprende
la curva línea del cabello rebelde
eriza el ardor de miradas a la nuca:
Eco desesperada,
y desvelada en ti misma,
que te sientes perseguida, y no lo ves,
que inviertes el espejo que te duplica,
que viertes, desembocada, en otra boca,
que te ciñen las entrañas y entretelas
comisuras de tus labios,
que te notas, suave queja, unos ojos
empañados por los años buscándote:
te has escondido en un sueño de manzanas,
mordisco y jardín secreto del Edén,
de la lluvia que no llega,
llaga
el alma contaminada por tu silencio.
Sobre ellos, implacable,
tan inglesa como la monarquía,
seguía cayendo la lluvia.