Siempre recordaré aquellos miércoles invernales en la Bodegueta del Raval, aquel garito sobrio y espacioso que se abría en mitad de la noche al principio del Filet de Fora. Allí quedábamos citados Pepe, Alberto y yo. Era nuestro encuentro obligado con el tablero de ajedrez y las jarras de cerveza. Las conversaciones sobre todo y nada. En aquellas fechas, todos nos creíamos más jóvenes y acaso más inmortales, hace más de quince calendarios.
Alberto era el maestro, el gran dominador de los movimientos, el estudioso de las jugadas, el estratega de las posiciones. Pepe, el hombre tenaz que defendía sus posiciones hasta plantear defensas numantinas. El muá, el creador de redes laberínticas en el centro del tablero donde aprestarnos a la batalla. El espectáculo de ver a los peones formando una malla, apoyados por los caballos y los alfiles con sus dardos diagonales, hipnotizaba.
Hablábamos entre movimiento y jugada de la Dama. Las jarras de cerveza caían como buenos seguidores de Baco que éramos. La vejiga empezaba su baile y mi peregrinación al aseo no se hacía esperar. Hasta que la vi. Insinuante y retadora, frente a mí, en el centro de la puerta. PIENSA EN TETAS. Quedeme sorprendido. ¡Qué frase más filosófica! Un aserto que iba directamente al fondo de la vida. Los pechos de mujer como una invitación a la sensualidad y la sexualidad. El reclamo de la perpetuación. La fiesta de los sentidos.
Nosotros, que ya habíamos despertado al deseo, observamos la retahíla de palabras con admiración. ¡Qué oración tan simple y profunda! Las mujeres, depositarias de la vida, culminaban nuestra adoración con cántaros de rica miel. Y cada uno pensábamos en los pechos que los labios habían acariciado hasta recorrer la curvatura de la pasión.
Hoy la Bodegueta está cerrada, las partidas de ajedrez y las timbas de cerveza finiquitadas, nuestras vidas ya no son las mismas y no sé si nos hemos traicionado.
Pero la frase sigue en mí como un reclamo a la belleza y a la maravilla de la mujer y la vida.