En este desastre social maquillado de normalidad en el que vivimos, es fácil que obviemos los dramas ajenos.
Inmersos en una realidad compleja nos es difícil ampliar miras hacia nuestros coetáneos. Ocupados con políticos corruptos que se suceden unos a otros como en un juego de la Oca infinito, arrastrados de humillación por los desahucios continuos y de indignación por los recortes en ayudas a la dependencia, a las pensiones, a sanidad y a los derechos del trabajador. Abrumados por las ayudas inexistentes a los parados, por una mediana edad con escasas esperanzas, con una juventud obligada a emigrar, con una tercera edad rozando la mendicidad, los dramas sociales mundiales nos pasan desapercibidos, casi de puntillas.
En un intento de no perder del todo la cordura distraemos nuestra mente entre mundiales de futbol, rúas de carnaval, festivales musicales y partidas de cartas, una cortina de humo ante el drama, un tranquilizante, un modo de no pensar en ello. Y en ello es lo que pensaríamos de modo casi exclusivo, si el país donde habitamos fuera bien. Si tuviéramos garantizado el confort, el bien estar social, un mínimo de renta per cápita, una vivienda digna para todos los ciudadanos, un trabajo digno, proyectos de futuro…..Si hubiera justicia, prosperidad y equidad.
Como sucede tristemente a menudo, los niños son los grandes damnificados. Entre las tragedias mundiales, las guerras y el terrorismo que azotan distintos puntos del planeta constituyen los de mayor magnitud. De las que se derivan una marea de efectos colaterales. Como es la oleada de inmigración y de refugiados.
En medio de este rio humano viajan niños, según estimaciones de la Europol, al menos 10.000 de estos menores refugiados, de estos niños, han desaparecido nada más entrar en Europa, del millón de personas que cruzaron el año pasados las fronteras con Europa huyendo de la guerra. Todos estos niños sin acompañamiento, han acontecido un self service fantástico para las redes criminales.
En concreto y según las investigaciones en las de una organización criminal paneuropea, relativamente nueva, creada hace unos 18 meses, enormemente sofisticada y que tiene como objetivo, el tráfico sexual y la esclavitud. Términos ambos que de vieron caer en desuso antes de estrenar el presente siglo y que sin embargo siguen siendo una enorme lacra en la historia mundial.
Según Brian Donald jefe de personal de la Europol, la sede de este ente criminal se hallaría en Alemania y Hungría desde donde distribuirían hacia el resto de países. La policía está haciendo enormes esfuerzos, que a menudo se ven entorpecidos por decisiones políticas. Con todo están absolutamente desbordados.
Parémonos un minuto a mirar más allá de nuestras fronteras, ya que nunca sabes lo que nos acarreará el futuro. A veces, no sé si por conciencia moral o por puro masoquismo, imagino esas personas, ateridas de miedo, vagando por el mundo, despojados de sus pertenencias, de su esperanza y de su dignidad. Enviando a sus niños a lo desconocido, en un intento de darles una esperanza de futuro y se me congela la respiración. Si pienso que soy uno de ellos, no puedo más que suspirar con alivio egoísta por la suerte que nos ha tocado. Porqué aunque mala, nuestra realidad aún es maleable, no hemos perdido nuestra identidad.
Así pues, pongamos cartas en el asunto, cortemos las alas a los políticos que nos desgobiernan, digamos fin a los abusos y los robos legislativos, arreglemos el país en el que vivimos para poder al fin levantar la mirada de nuestros pies, extender la vista hasta más allá de las fronteras inmediatas, dejémonos sufrir por su dolor. Asustémonos como si fuéramos uno sólo.
Tal vez en ese momento empezaremos a andar el camino correcto, a ver en los demás a nuestros semejantes y a buscar soluciones reales, para que miles de niños, niños como los nuestros, dejen de estar solos y desamparados. Para que robarlos no sea un paseo.
Para que cada niño importe.
Abramos los ojos al mundo, porque si los niños sufren el mundo llora.
Nosotros deberíamos llorar con él. Deberíamos luchar por él.