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ISSN 1989-4163

NUMERO 40 - FEBRERO 2013

El Tiempo de los Asesinos (XIV) - Bukowski - Hijo de Satanás

Vicente Múñoz

Un intelectual es un hombre que dice una cosa simple de un modo complicado.
Un artista es un hombre que dice una cosa complicada de un modo simple.

Charles Bukowski

 

Sólo algunas veces, muy de cuando en cuando, la Literatura pare un hijo bastardo, un outsider, un rebelde, un francotirador. Alguien que, empeñado en su propia cruzada, rompe unos cuantos tabúes y se enfrenta solo al mundo para explorar por intuición nuevos caminos.

Aquí, en El tiempo de los asesinos, hemos hablado ya de algunos, aunque el caso de Charles Bukowski (1920-1994) es, desde luego, un tanto especial. Porque a diferencia de la mayoría de los autores retratados, lo suyo es enseñar sin pudor los calzoncillos y desmitificar, agarrado a una botella, el papel tradicional del escritor. Su América no es la de la grandes oportunidades y los grandes poetas, sino la de los vagabundos, los borrachos y las putas. Y su literatura no es la de las grandilocuencias vanas, sino la de los golpes secos y las pequeñas verdades. Algo muy de agradecer en una época, como la que vivimos, llena de imposturas y falsos profetas.

Siempre - nos dice - he admirado al malo y al forajido. No me gustan los buenos chicos de pelo corto, corbata y un buen empleo. Me gustan los hombres desesperados, los hombres con los dientes rotos y el cerebro roto. Me interesan más los pervertidos que los santos. No me gustan las leyes, la moral, las religiones ni las reglas. No me gusta dejarme moldear por la sociedad. Afirmación, como apreciarán sus lectores, cien por cien Chinaski: directa, visceral y sin concesiones de género alguno.

La historia de este santo bebedor es muy semejante a la que él mismo nos cuenta en sus novelas: un padre autoritario y violento durante la Depresión, una adolescencia atormentada en pensiones baratas, cartas de rechazo de cientos de editoriales, peleas, prostitutas, borracheras, empleos mal pagados y una escalada progresiva en el panorama underground americano que le ha situado entre los autores más leídos e imitados del siglo XX.

Y todo ello, creo yo, porque en un ambiente literario lleno de presunciones de estilo como el que vivió, Bukoswski supo vender su propia imagen con una sinceridad y un sarcasmo que a la larga todo el mundo agradeció, esa mezcla de humor negro y ese cinismo enloquecido que arranca en los momentos más trágicos una sonrisa y nos sitúa siempre al lado suyo, junto al hombre en lugar de junto al escritor.

Pero sería erróneo suponer (como de hecho suele hacerse) que el mito de perdedor que el propio Hank hizo de sí mismo es extensible también a su literatura. Sus continuas resacas no le impidieron nunca escribir con regularidad, como tampoco lo hicieron sus mujeres, ni el hipódromo ni su correspondencia. Muy al contrario, la novela y la poesía fueron para él una catarsis, un modo de sentirse a cada instante vivo y ahuyentar su angustia vital y su desesperación.

Es difícil escoger entre la prosa o la poesía de Bukowski, al igual que lo es también decidir qué libro suyo, de entre sus muchos títulos, es el mejor o tiene más merito. Su poesía es tan cruda y minimalista como sus propios relatos, una poesía narrativa y truculenta que rompe con la tradición simbolista anterior y que asimismo tiene muy poco que ver también con la de los poetas beat que compartieron cartel con él en muchas revistas subterráneas del momento. Baste con apuntar los títulos de algunos de sus poemarios para corroborar todo lo dicho: Los días corren como caballos salvajes por las colinas, Crucifijo en mano muerta, Poemas escritos antes de saltar de un octavo piso, El amor es un perro infernal, etc.

Y en lo tocante a sus novelas, personalmente me quedo con dos: La senda del perdedor, un magistral cuadro de costumbres de la Depresión, y especialmente Pulp, un divertimento etílico en la línea de la más pura narrativa americana de quiosco, donde se dan cita extraterrestres, hampones, mujeres fatales y hasta el gran L.F. Céline (una de las pocas influencias reconocidas de Bukowski, junto a Jhon Fante), que es reclamado en los Angeles de los noventa por una voluptuosa y exótica Señora Muerte. Novela que recomiendo fervientemente a todo aquel que sea capaz de brindar junto a Bukowski a la salud de diablo y de reírse al tiempo de sí mismo con una buena copa de vino en la mano. En especial por esa dedicatoria gloriosa que abre el libro: A LA MALA LITERATURA, y que debiera esculpirse como epitafio en la tumba del cínico Hank.

A él, no me cabe, duda, le hubiese gustado más que cualquier ramo de apestosos crisantemos.

Bukowski

 

 

 

 

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