Me he comprado cuatro tabletas de chocolate con 74% de cacao, o sea, chocolate negro rico. Para acordarme de todo. Si surte efecto y me como las cuatro en lo que dura el día, mañana seré un portento memorioso sin parangón, y caminaré rebosante de ingenio. Me sobrará la agenda, y el bloc, y el smartphone, y la blackberry, y cualquier otra línea de teléfono inteligente que me avise de algo, porque yo misma me avisaré de todo, que para eso tengo sagacidad natural y sistema operativo, y no el cojonero del teléfono. Ese, a sonar cuando te llaman, y a dar línea cuando llamas tú. Ya está. No jodas la marrana, que no hay más. Tú llamas: te oyen. Te llaman: oyes tú. El no va más de un móvil. Completísimo. No quieras otorgarle una inteligencia suprema, que no debiera o debiese tenerla en su sano juicio tecnológico. Móvil no es igual a coeficiente intelectual , eso no está escrito. Y si no está escrito, es que no es - no existe , que no sé por qué te encalabrinas en hacerlo humano, si no lo es, me cago en la leche… Que no tiene pellejo, ni granos, ni nudillos en las manos, porque no tiene manos, ni tampoco pies. Es un teléfono. Y ya no lo digo más veces, que me hago cargante. Lo que sí digo es lo de la memoria chocolatera. Desde que me he despertado esta mañana, ando pensando y compadeciendo a la empleada que limpia la oficina, que es muy probable que esté padeciendo prematuramente algún brote de alzheimer y no sepa que puede frenarlo con cacao mínimo 74%. A ver si la veo uno de estos días y le llevo una tableta de chocolate moreno. Seguro que me lo agradece con un abrazo entre fregona y escoba. ¿Te lo cuento?
Pues te lo cuento. Hace ocho meses que dejé olvidada una bolsa de plástico sobre una mesa de la oficina. Debí de llevar alguna merienda o alguna compra, como unos pantalones de los que marcan glúteos, y me los debí encajar al instante (al instante, pero en el baño, claro), y olvidé llevarme a casa la bolsa. Porque la bolsa no la quieres. Los pantalones te los enfundas y quedan la mar de chulos, pero la bolsa no la quieres para un carajo. En realidad, lo que olvidé fue lanzarla al cubo de la basura. Una bolsa de color azul con un rótulo amarillo (que no es sueca). Sobre una mesa-módulo de oficina de color blanco-grisáceo. Dime tú si no se ve. Como luz extraplanetaria marciana o jupiturna, tan reluciente distinguía yo la bolsa azul sobre la mesa blanca. Y así la mantuvo, cual vajilla de porcelana del vizconde Plastibolsa, la empleada de la limpieza. No sé su nombre. Paca. Tiene cara de Paca. Sólo alguien que responde al nombre de Paca tiene la extraordinaria capacidad de no tocar un milímetro una bolsa de plástico sobre una mesa de oficina durante siete meses. No tengo ni puta idea de cómo ha limpiado todo este tiempo, pero su sentido común le ha estado diciendo sin parar que no debía cogerla y arrojarla a la papelera, que no debía apartarla del lugar de origen que ella le ha conocido a la bolsa desde su más tierno descubrimiento, allá por el mes de mayo del pasado año. En lugar de eso, su intelecto le ha dictado durante aproximadamente unos 210 días, que una bolsa de plástico (vacía, claro) podía ser lo suficientemente importante para alguno de los empleados de la oficina como para verse moralmente obligada a dejarla tal cual, inamovible, sobre aquella mesa, en aquel lugar, impregnada de polvorientas motas en derredor. Móvil no es igual a coeficiente intelectual, pero Paca sí es igual a perspicacia . Y mayor perspicacia es la de todos y cada compañero de oficina que, en afán de solidarios para con la señora Paca, no apartan la bolsa de la mesa durante idénticos siete meses. Siete. No ocho. Porque casi experimento un orgasmo de los buenos cuando el mes pasado descubro con sorpresa que la bolsa no está. Se ha esfumado. Alguien ha tenido la rarísima, irracional y disparatada idea de arrojar la bolsa de plástico a la papelera, dejando atrás un halo de incertidumbre y un vacío sobre la superficie gris blanquecina que no sé cómo hemos podido llenar durante este último mes sin esa nostalgia que te deja la ausencia del plástico. Alguien, o ella, la señora Paca, que puede haberse transfigurado en mi más fiel precursora en comer chocolate negro del 74%, y haber recuperado con ello memoria y sensatez ante lo que puede ser un objeto de importancia tal como grapadora, teclado, pantalla, ratón, ¡¡TELÉFONO!!...y lo haya distinguido finalmente de una bolsa de plástico vacía que SÍ puede acabar sus días en la basura. O eso es lo que dicta el sentido común del más común de los mortales. Que una bolsa es una bolsa. Digo yo. No sé. Además, hoy he caído en la cuenta de que en el baño de la oficina hay una revista de moda (sólo una) que lleva allí dos meses más de lo que llevaba en la mesa la bolsa. Se conoce que Paca necesita más densidad de cacao en vena, que el 74 se queda bajo. Pongamos un 85%.
En cualquier caso… no creo que vaya a zamparme las cuatro tabletas de chocolate negro de una sentada. Podría sufrir una indigestión cacaolada muy desagradable, y entonces lo mismo me daría tener o no una memoria de buten mañana, ¿no? Por cierto, ¿tú tienes móvil inteligente?