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ISSN 1989-4163

NUMERO 40 - FEBRERO 2013

Salto al Vacío

Inma Luna

Las emociones han construido el suelo desequilibrante de los últimos meses. Las consabidas y las nuevas, las que han llegado con el ímpetu del dolor, con ese desgarro que nos tira contra las paredes; las de la desesperación, la desesperanza tal vez, que agota las fuerzas como una sanguijuela silenciosa; las emociones inútiles de los enfrentamientos que nos distancian y enfrían partes que antes eran cálidas, que parecía que siempre lo serían...; las de los hijos que crecen bruscamente, sin consideración alguna; las del viaje y sus sabores desconocidos; la de sentarse en las aceras con gente que mira como te gusta que se mire y grita haciendo su voz tuya, nuestra, contra las injusticias; la emoción del pincel y su magia, la del teclado y la suya, la del arte y la literatura y la poesía. La de reconocerse de repente y relajar los músculos que estaban en tensión por mirarse en espejos deformados. Y la risa, como una resistencia. La emoción del amor que se nota, que abraza y que permite, de cualquier modo, sobrevivir a todo lo demás, extrañamente.

Ya sabemos que se trata de esto, de lo que nos encanta y de lo que nos desencanta, es ese pulso vibratorio, en el que a veces nos rilamos, no siempre hay fuerzas, no siempre se sabe cómo. A veces sólo se trata de mirar, entre el pavor y la sorpresa, lo que nos ha ocurrido.

Empiezo el año, como siempre, sin propósitos de enmienda ni de futuro, pero con un par o tres de cosas aprendidas que puede ser que no sirvan de mucho o a lo mejor allanan el camino o mejoran mis pasos o mi salto al vacío.

Con tan pocas certezas me comeré las uvas mirando al mar, oscuro.

Salto al vacío

 

 

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