Hace nada, nuestro flamante príncipe de Asturias cumplió 45 años, y el pobre, como bromeaba el otro día un tertuliano televisivo, no ha encontrado su primer trabajo. Un empleo que, a poco que nos descuidemos, será el único de su vida. Otros están peor, ¿no? La empresa para la que va a trabajar se llama “Corona de España” y no es una fábrica de puros, precisamente. No es una multinacional ni una sociedad anónima. Es una empresa familiar- ¿una PYME?- a cuya cúpula sólo pueden acceder los primogénitos (varones) de la familia. A día de hoy, y mientras el gigante rubio se astraga con los titulares que nos sirve en bandeja su cuñado y analiza con papá el carajal de país que va a heredar, su principal tarea es esperar a la muerte o a la abdicación real. Mientras tanto, Urdangarín mediante, el Principe es el eterno estudiante de sus responsabilidades futuras. La cosa consiste, básicamente, en no decir nada inoportuno y en sortear las trampas con las que algunos miembros de su familia – ¿empalmados?- pueden contaminar sus aspiraciones.
Por desgracia, un día antes de su “cumple”, la reina de Holanda, que tiene la misma edad que el rey de España, abdicó a favor de su hijo Guillermo; un mal ejemplo para nuestra monarquía, que se ha apresurado a proclamar que “Spain is different”. ¡Y tanto! Aquí se acumulan los cargos contra el Duque de Palma- en Mallorca ya le hemos quitado el nombre a su rambla, que nos daba mucha grima eso de tener calles con nombre de chorizo- la imputación de la Infanta Cristina está al caer y los nuevos datos del desempleo y la corrupción nos quitan el sueño al grueso de los españoles. Claro que España es diferente. Pero a lo chungo.
Sabemos que la monarquía no cuenta con el respaldo popular del que ha gozado hasta hace poco. No voy a entrar en Corinas y elefantes, tampoco en Institutos para la mordida ni en pantalones de paramecios, pero que la sangre sea el único componente válido para acceder al trono dice mucho de una sociedad que no se quiere complicar la vida dándole esencia democrática y temporal a la jefatura del estado. A un rey sólo se le puede echar de su puesto mediante una revolución o un acceso de madurez democrática en un pueblo que sepa usar los vericuetos constitucionales para promover la república. Europa tiene un buen surtido de reyes y príncipes sin corona, y el que más nos gusta, de lejos, es el de Beckelar. Los otros se hicieron viejos esperando volver al trono, siendo su única ocupación- según parece- el tráfico de influencias y la molicie al amparo de los parientes reinantes (hace años que cargamos con Irene de Grecia, ya que estamos). Eso sí: en las páginas del “Hola” quedan muy lucidos. Sobre todo si la Leti estrena zapatos. Como sigamos así, al príncipe no le va a quedar más remedio que emigrar a Alemania. Una boca menos. No seré yo quien le llore.