En su untuoso encuentro con el monarca, Hermida ha inventado un nuevo género periodístico: la entrevista con goma de borrar. Rodeados por un círculo de tiza caucasiano estaban todos los temas a los que el célebre locutor y descubridor de talentos no podía aludir siquiera: el elefante, Corinna, la reina, el yerno, el oso Mitrofán, los amiguetes, el otro yerno, el otro elefante y todo así. El habilidoso Hermida se enfrentaba al difícil problema de retratar a un personaje mediante un vaciado de preguntas, y ni siquiera podía apelar a la argucia que utilizó Velázquez en Las Meninas: pintar a los reyes de fondo, en un espejo desvaído, mientras llenaba el primer plano de infantas, enanos, un perro babosón y el propio Velázquez armado del pincel. Al final, Hermida, pintor cortesano, recurrió a sí mismo porque le encanta oírse y, en campechana alineación con el rey, armó una entrevista zen donde podía escucharse el sonido de una palmada con una sola mano y al propio Hermida diciendo“Majestad-d-d-d” más de una docena de veces.
Quienes investigan el caso Urdangarín se encuentran con un problema similar al del egregio chambelán del tupé: cómo llevar a cabo su trabajo sin cruzar las alarmas palaciegas ni rozar siquiera los temas incómodos para la Casa Real. La instrucción se parece un poco a aquellas acrobacias de entrenamiento que realizaban juntos pero no revueltos Sean Connery y Catherine Zeta-Jones entre una telaraña de hilos colgantes donde cada despiste suponía un campanilleo. De repente, en medio de un correo electrónico, tilín, tilín, suena una campanilla y aparece Corinna, que es, en efecto, una campanilla como la de Peter Pan y el Capitán Garfio, una princesa de cuento de hadas, que acompaña al rey en sus cacerías y es amiga suya y hasta ahí llega la línea de tiza.
Escribir sobre el caso Urdangarín es también un fascinante ejercicio de contención en el que uno se mueve siempre entre líneas de tiza y especies en vías de extinción (elefantes, reyes, princesas, enanos) como Sean Connery y Catherine Zeta-Jones disfrazados de anguilas en un laberinto de campanillas. Hay que siluetear con tiza un elefante, eludir a una reina, elidir a Corinna, y entonces, al final, uniendo todos los puntos del dibujo, te sale Urdangarín llevándose el dinero a saco en mitad de un e-mail. Si has hecho bien tu trabajo, como el maestro Hermida, lo que queda es un retrato de nadie hecho por nadie y que trata de nada. De nada, majestad.