En el siglo XIX se separaron por primera vez los oficios de librero, impresor y editor. El editor quedó encargado de la selección de autores y la necesaria criba. El impresor, del trabajo técnico y artesano de elaborar libros, la mera manufactura. Y el librero, se encargó de la venta al pormenor, en la atención personal de los clientes. Esa es una de las muchas cosas que cuenta María José Blas Ruiz en este libro, una verdadera joya para los amantes de los libros, una de esas rara avis que ocurren de vez en cuando y, al tiempo, un homenaje a los libreros de antaño, puesto que para su elaboración, su autora, María José Blas Ruiz, ha vuelto a los orígenes, escribiendo, revisando puntillosamente y ahora dando a la luz esta monografía sobre el editor que cambió el panorama de los libros y la lectura en nuestro país.
Llevo escuchando hablar desde este libro casi dos años, desde que tuve la suerte de conocer a María José Blas Ruiz a los pies del cañón de La Librería del Prado, en la calle del mismo nombre. Blas es no sólo hija de librero -el recientemente fallecido José Blas- y librera ella misma sino, me atrevo a afirmar, la máxima especialista viva en las colecciones en papel biblia que editó Aguilar desde el año 1928. Unas colecciones que entraron en todas las casas donde había verdaderos lectores, no sólo porque revolucionaron el modo en que se editaba y vendía literatura en España, sino porque aún hoy constituyen ediciones ejemplares: bien traducidas, bien prologadas y editadas con todo lujo. Por no decir que en muchos de esos libros siguen estando disponibles títulos que nunca más han sido editados en castellano. Uno de esos lectores, Luis Alberto de Cuenca, dedica en el prólogo de la obra unas palabras a su íntima relación con estos bellos libros: "Siempre que era mi santo o mi cumpleaños pedía un libro de Aguilar como regalo. Mi abuela María de la Presentación me regaló, por ejemplo, los Crisoles Pan y Hambre, de Hamsun, el segundo con esta dedicatoria: 'Para que no la pases nunca' (...). Desde entonces mi vida ha transcurrido entre tebeos, viejas películas y libros editados por don Manuel Aguilar". De modo que las colecciones a las que Blas dedica mayor atención, que fueron los buques insignia del sello y que hoy perpetúan su memoria, son también hoy las más buscadas por los bibliófilos, que siguen adquiriéndolas, a pesar de que su responsable murió hace casi 50 años. Estas colecciones son cuatro: Obras Eternas, Joya -muy reconocibles y apreciadas ambas en su primera etapa, cuando los bordes estaban pintados-, Crisol y la mítica y única superviviente, Crisolín. El libro ofrece listados completos de títulos, valiosísimos para los coleccionistas, ya que una de las dificultades de este coleccionismo radicaba, precisamente, en el desconocimiento de la nómina completa de obras publicadas.
A todo ello dedica Blas exhaustiva atención en la segunda parte del libro. La primera, que acaso pueda interesar más a un público general, hace un recorrido por la biografía de Manuel Aguilar, el editor responsable, un hombre forjado a sí mismo, que desde la nada y con apenas recursos consiguió dirigir todo un emporio editorial. Sus inicios fueron posibles gracias al préstamo y la amistad de un impresor y a su audacia para hacerse con los derechos de un libro sobre espiritismo, su primer éxito. Él mismo tradujo la obra y la puso a la venta, en una edición en rústica que luego encontraría continuidad en los muchos, muchísimos títulos de su catálogo. La elección del papel biblia vino dada por la carencia del papel común en tiempos de racionamiento -1938- y a la alianza que logró establecer con un fabricante de papel de fumar de Alicante. Fue un hallazgo feliz porque, a diferencia de otros papeles, el biblia no envejece y, pese a que aparenta lo contrario, es de los más resistentes. Esa fue, sin duda, una de las claves del éxito de las colecciones de Aguilar, ya que el tipo de papel determinó también el gran número de obras que incluía cada volumen. Y desde esos inicios, a la época dorada, en los años 50, cuando Manuel Aguilar tenía sus propios rebaños de cabras que le abastecían de la piel necesaria para sus colecciones y varios impresores madrileños trababan para él al mismo tiempo, puesto que ninguna imprenta podía satisfacer por completo su enorme demanda. Esa es la razón, he aquí otra curiosidad, de que a menudo un mismo libro editado el mismo año presente en las colecciones de Aguilar dos encuadernaciones de colores diferentes.
Por último, un breve apunte de la microhistoria de este libro y de su autora. Blas admite que podía haber dado su monografía a algún editor, como de hecho intentó, pero ninguno quería atenerse a sus exigencias. Como buena conocedora de la materia, deseaba cierta calidad de papel, impresión en color y gran formato. Antes las negativas de las editoriales comerciales, decidió volver atrás en el tiempo y editarlo ella misma. El resultado es una maravilla que hará felices a los numerosos coleccionistas de Aguilar y a los lectores nostálgicos. Y que, pos supuesto, sólo puede encontrarse en una librería del mundo: http://www.libreriadelprado.com/
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