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ISSN 1989-4163

NUMERO 69 - ENERO 2016

Modelos de Mujer (V) - La Listilla

Mª Ángeles Cabré

 

No puedo con la listilla, confieso que me saca de quicio. Creo que sin las listillas y los listillos el mundo sería mucho más habitable, porque es evidente que su único objetivo es incordiar y sacar a la gente de sus casillas. La listilla se cuela en la cola del cine y disimula mirándose las uñas o tarareando una canción, en los espectáculos se coloca siempre en las primeras filas aludiendo a no sé qué problemas oculares y, si la pillas en flagrante delito (por ejemplo haciendo trampas a las cartas), se excusa en quién sabe qué delirantes razones. Por supuesto en las cenas con los amigos se las arregla estupendamente para no llevar a la cocina ni un solo plato, aunque no deja de mover cosas sobre la mesa haciendo ver que ayuda un montón. Y si le toca hacer la colada en un piso compartido, casualmente siempre llueve.

La listilla suele salir airosa de casi todo, aunque no lo merece ni de lejos. ¡Cómo me gustaría que se cayera de bruces sobre sí misma y quedara en evidencia de una vez por todas! Que se viera al fin que es un fraude, una farsa, una engañifa. Pero como suele ser trepa por naturaleza y no le conviene nada ser descubierta, la listilla se cuida muy mucho de revelar su verdadera identidad y en ocasiones, para no levantar la liebre, se la puede ver haciendo una de esas cosas que los demás hacen con normalidad y que a ella le cuesta tanto esfuerzo: levantándose temprano para llevar a una amiga al aeropuerto, escuchando la paliza de un primo al que ha dejado la novia o pagando su propia copa en un bar, algo que por cierto le repatea.

Ver a la listilla en acción es todo un espectáculo, parecido a contemplar a un equilibrista sobre la cuerda floja. Quienes no tenemos esa capacidad para el engaño, quedamos admirados ante su habilidad para pasear a diestro y siniestro un morro que se lo pisa. En su habilidad para arrimarse a los importantes, siente predilección por los famosos o, en su defecto, por quienes son alguien. Y eso se traduce en que en las fotos aparece siempre pegadita al grupo de los elegidos, como si formara parte de ellos, aunque ella sea una mindundi. Qué rabia da verla en esas fotos que no le corresponden… y oírla decir “somos super amigos” o cosas aún peores.
En cuanto a sus gustos, a la listilla le van las mejores porciones y las gangas de las rebajas, que es capaz de arrebatar a cualquiera aunque para ello tengo que arrastrarse entre los probadores de Zara como una vulgar serpiente. También tiene sus películas favoritas, entre las cuales destaca Match point, de Woody Allen, aunque el final no le convence, sobre todo porque el timador acaba fatal y ella preferiría que acabara bien. En cuanto a sus aficiones literarias El adversario, de Emmanuele Carrere, le parece una obra maestra, aunque tampoco le hace ascos a El impostor, de Cercas.

La máxima afición de la listilla es trapichear con el talento ajeno y le encanta apuntarse tantos que no le corresponden. A menudo se trata de asuntos menores, como esos “yo pienso” que ha oído en alguna parte y de los que nunca recuerda la procedencia. Sin descartar su afición a contar en primera persona episodios vividos por terceros, pero de los que no quiere perderse el lucimiento. Aunque haya casos mucho más flagrantes en los que la listilla roza la delincuencia, apropiándose directamente de obras ajenas. A una amiga mía una listilla acaba de robarle sin disimulo un proyecto de libro, que se ha dedicado a fusilar y a publicar sin darle explicación alguna y sin un gramo de conciencia de culpa. Y para colmo de los colmos, me cuentan que va por las esquinas lloriqueando porque la voz se ha corrido –¡querida, tontos no somos!- y, como era de esperar, su integridad moral no sale muy bien parada en los comentarios.

Porque tirar la piedra y esconder la mano es el deporte preferido de la listilla, y cuando no hace algo bien, o hace algo rematadamente mal, la listilla sufre un repentino ataque de amnesia que le hace defenderse como aquellas y aquellos plastas a los que se llama la atención en restaurantes, trenes, aviones y demás lugares donde hay que hacer un esfuerzo por no incordiar y salvaguardar las mínimas normas de la convivencia. Al toque de atención responden siempre con un: “Haberme avisado antes”, “Me lo podías haber dicho mejor”, “Cómo iba a saber que molestaba”… que es para matarlas. Ya se sabe, la listilla está entrenada en el arte de hacer ver que no ha roto nunca un plato, pero sobre todo es maestra en el de fingir que los platos los han roto otros.

 

 

La listilla

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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