El vapor va inundando la estancia. Hace mucho calor y no paro de sudar. Respiro relajadamente, mientras riego con el cucharón de palo las piedras incandescentes, muy despacio, intentando no pensar. El agua perfumada con sales hierve al tocar cada trozo de roca negra, y me susurra al oído cuál es el color de mi destino. Mis poros están abiertos, mis ojos cerrados y mi mente en blanco. Siento como el aire caliente me recorre la nariz, pasa por la garganta y me calienta los pulmones, casi quemándome…salgo al jardín, para que la brisa de la tarde me refresque. El sol empieza a ponerse, la primavera ya ha explotado y los cerezos en flor me regalan su aroma y su poesía…intento grabar en mi memoria todos los olores, colores e imágenes de ese jardín lleno de vida, de esa tarde, de ese momento inolvidable, como si así pudiera inmortalizar todo lo hermoso e intenso que abandono. Me siento fuerte, invencible, capaz de superar cualquier prueba, por difícil y dolorosa que pueda parecer…disfruto del contraste de temperatura, mientras la brisa seca mi sudor, estirando y enfriando la piel de mi cara y de mi cabeza rapada.
Koharu aparece por el quicio del portón de la sauna, entre la niebla; apenas se le ven las piernas y me parece un yurei, elfantasma familiar que vive en cada casa, y que ya viene a reclamarme. Trae recogido su pelo azabache, los labios pintados de rojo intenso y una piel, que se me antoja extremadamente pálida, casi blanca. Trae su pequeño cubo y su banco de madera, y me llama para darme el último baño, enésimo acto de amor antes de mi marcha. Me sonríe con tristeza. Entro de nuevo. Nunca antes la había visto totalmente desnuda. Me acerco hacia ella y con dulzura me invita a sentarme mientras se arrodilla ante mí, junto al Furo, con delicada sumisión. No es capaz de mantenerme la mirada. Le avergüenza su desnudez, y le abate mí suerte. El vapor empieza a estropearle el peinado, y lo intenta arreglar con la mano, contrariada y torpe. Noto el esfuerzo que hace por mantener la calma ante la situación; ella sabe que no puedo consolarla, ni abrazarla con ternura, aunque me apetece; tampoco puedo intentar explicarle que aunque yo también tengo miedo, las cosas son como deben ser. No puede verme flaquear ni parecer un ser débil. Estoy seguro de que todas las cosas suceden por algo; y lo que ahora debo afrontar es tan sólo un paso más hacia la perfección, el equilibrio y la armonía del universo. La miro con la seriedad que requiere el momento y con respeto le agradezco sus caricias, y el haber sido mi amante esposa durante seis años de felicidad infinita. Tras el baño entramos en la estancia y pongo en el fonógrafo un disco de Matsuura Kengyo, el favorito de Koharu; después de servirme la cena hacemos el amor en el futón y se queda dormida entre mis brazos con el yukata entreabierto. La otra noche, mientras se apresuraba en terminar de coser mi cinta hachimaki para la cabeza, la oí llorar reprimida y entrecortadamente, pero hoy me siento orgulloso de que no se haya derrumbado, como sé que les ha pasado a otras esposas de camaradas. Parece tranquila, y verla respirar pausadamente es una de las imágenes más hermosas que jamás veré. Es una lástima tener que dejarla para siempre.
El coche sedán negro, con matrícula oficial me recoge de madrugada. El cabo se me cuadra y me abre la puerta, respetuosamente, inclinando la cabeza. “Buenos días mi Teniente”. Le devuelvo el saludo en silencio, con la cabeza. El equipaje es ligero esta vez. Llegamos enseguida al aeródromo y me pongo el mono de vuelo blanco, lo más rápidamente que puedo. No olvido ceñirme el cinturón de las mil puntadas, el senninbari. Koharu me lo confeccionó con la ayuda de familiares y amigos. Cada puntada está hecha por persona distinta, y me traerá la mejor de las suertes para elegir a mi enemigo y poder llegar hasta él. Tampoco olvido la katana de mi padre, que a la vez fue de mi abuelo y de mi bisabuelo. Sera un honor volver a llevarla por última vez.
Mis tres compañeros, pilotos de caza, Kamikazes como yo, forman junto a mí. Nuestros Mitsubishi A6M “Zero” esperan a nuestras espaldas, cargados de bombas. El comandante Kimura nos sirve el sake y nos recuerda que somos flores de cerezo del mismo árbol y del mismo año, y que nuestro destino natural es caer y dar la vida por un nuevo fruto, por una nueva vida.
Banzai
Banzai
Banzai…