Hay cientos, miles de retratos de Sinatra, pero el mejor lo pintó Gay Talese en la revista Squire. Empieza con estas pinceladas: “Con un vaso de bourbon en una mano y un cigarrillo en la otra, Frank Sinatra se hallaba de pie en un rincón oscuro de la barra, entre dos atractivas pero ya algo mustias rubias que esperaban sentadas a que él dijera algo. Pero él no decía nada”. Un silencio de Frank valía por la discografía completa de muchos otros cantantes; cuando abría la boca hasta Dios se callaba. Para sacarlo de cuerpo entero, Talese decidió suprimirle la voz; tuvo suerte, le cogió con un catarro y así pudo titular su obra maestra: “Frank Sinatra está resfriado”.
Aparte de la voz, que es de otro mundo, lo más grande que puede decirse de Frank es que hubiera sido el hombre ideal para Ava Gardner si no fuese porque ella salió muy tocada de su matrimonio con el clarinetista Artie Shaw (que se dedicaba a reírse de ella y a llamarla paleta) y porque en aquel momento Ava era mucho más famosa que él. Eso era algo que el cantante llevaba muy mal, casi tanto como que, cuando ella se calzaba tacones, él casi tenía que ponerse de puntillas para besarla. Por lo demás fue una relación tempestuosa, tormentosa y tórrida que iba de las bofetadas a las borracheras y de las cornamentas a las reconciliaciones en carne viva. Se querían tanto que fornicaban en defensa propia. Después, cuando bajaban de la cama, era como si abandonaran el cuadrilátero. John Ford dio con el misterio secreto de Sinatra, cuando en mitad del rodaje de Mogambo, en una cena populosa presidida por el gobernador británico en Uganda, empezó a chincharla con la tabarra de cómo podía estar liada con semejante enano: “Anda, Ava, explícale al gobernador por qué estás casada con ese Frank que sólo pesa 50 kilos”. “Es fácil” replicó Ava, antes de ponerle a Ford el parche en la boca: “Porque son 3 kilos de Frank y 47 kilos de polla”.
Sí, Frank cantaba con la polla: he ahí el misterio de esas baladas que, en boca de cualquiera de sus imitadores, son miel, jarabe o regaliz, y en la suya un valle de alta montaña con sus nieves y sus cumbres, sus árboles y sus águilas. Otros cantantes aprendieron a frasear según el timbre de una trompeta, un saxofón o un piano, pero Frank se curtió en la orquesta del trombonista Tommy Dorsey e incorporó el trombón a sus pulmones. Muchos han dado fe de la célebre anécdota, cuando Sinatra, después de una de sus broncas legendarias, llamó por teléfono a Ava desde un hotel de El Escorial y se puso a canturrearle mientras acariciaba el piano con el auricular pegado a los labios. Al rato, mientras él seguía ensimismado en las teclas, Ava bajó de un taxi y entró en el vestíbulo del hotel, triunfante, perfectamente desnuda bajo un abrigo de pieles aunque nadie, salvo Sinatra, podría verificarlo. Se lo llevó escaleras arriba. Lo único seguro es que a la mañana siguiente él apareció en el rodaje con un nuevo disco de arañazos grabado en la cara.
De sus relaciones con la mafia podría escribirse una enciclopedia y, de hecho, se han escrito varias. Coppola mostró, casi al comienzo de El Padrino, que el cantante Johnny Fontana consigue el papel de su vida gracias al telegrama de una cabeza de caballo introducido en el lecho de un productor de madrugada. No había que ser muy listo para detectar, en el favor que Fontana le pide a Vito Corleone, la sombra del soldado Angelo Maggio, el fastuoso papel de De aquí a la eternidad que le valió a Sinatra su único Oscar y el final de su exilio de los escenarios. Más aun: se rumorea que, cuando Kruschev casi se lía a zapatazos porque su mujer quería visitar Disneylandia y el FBI respondió que no podía garantizar su seguridad, Sinatra, que acompañaba a los mandatarios rusos en una visita guiada por Hollywood, hizo unas cuantas llamadas a Chicago: “Dile a la puta ésa que no hay problema. Nosotros la protegemos”.
También ayudó a que Kennedy (cuyo catolicismo era un lastre en su carrera hacia la presidencia) ganara las elecciones movilizando el voto de los sindicatos en Virginia gracias al todopoderoso Sam Giancana. Sin embargo, cuando Kennedy llegó a la Casa Blanca olvidó todas sus promesas y nombró a su hermano Bobby fiscal general con la orden expresa de desmantelar el crimen organizado. Giancana montó en cólera y uno de sus capos le sugirió que, en venganza, había que matar a Sinatra o al menos afeitarle las cuerdas vocales. Según una de las escuchas con que el FBI vigilaba los movimientos de la mafia, Giancana telefoneó a última hora para anular el asesinato con una frase que firmaría hasta el último sordo del planeta: “Déjalo, Paul. Sería un crimen contra el mundo acallar esa voz. Nunca me lo perdonaría”.