Cuentan que un profesor de literatura pidió a sus alumnos que realizaran una redacción y les indicó cuales eran los elementos principales que debía de tener un relato para mantener la atención del lector hasta el final.
Ha de ser breve y se ha de aliñar con una pizca de sexo; que siempre aporta algo de picardía, monarquía; que le aporta el glamour, religión; que siempre se presta a temas polémicos o devotos, violencia: que da el componente de acción, política; que como la religión siempre provoca reacciones en un sentido u otro, intriga; al lector le gusta el misterio, ciencia; cómo no, debe tener un componente que estimule la el afán investigador, y ternura.
A los pocos minutos, un alumno le entregó el relato.
-¿Has puesto algo de lo que he dicho?
-Todo, D. Antonio. Es breve y tiene todo lo que ha dicho.
Y leyó: “Han dejado embarazada a la reina. ¡Dios mío¡¿La habrá violado un republicano? Es posible. Quizás los médicos confirmen que será niña.”
Evidentemente el relato cumplía todos los ingredientes. Pero hay que reconocer, que hay dos temas, que todavía a estas alturas, se leen de tapadillo:
a) Lo relacionado con el sexo.
-Mira lo que lee fulano.
-Estará muy necesitado.
-Es que con esa cara, ni de pago.
-Ya te digo.
b) Y últimamente los temas que tengan algo que ver con la religión, a no ser que sea para ponerla a caer de un burro.
-No sabía que Antúnez era un beato.
-Un hipócrita, eso es lo que es. Muchos golpes de pecho, pero si yo te contara…
-Cuenta, cuenta.
Y de juntar ambas cosas puede salir cualquier cosa. Y como uno ya no distingüe mucho de lo políticamente correcto y lo que no, y está de vuelta de muchas cosas voy a intentarlo.
El otro día vi en televisión una noticia de Estados Unidos (de ahí se puede esperar cualquier cosa), que me recordó la larga trayectoria del binomio poder-religión, que ha llegado hasta nosotros, porque en un Estado, se solicitaba a pastores y sacerdotes, la concurrencia de los púlpitos para llevar a los feligreses ciertas ideas de austeridad y economía en los gastos, para hacer frente a la crisis económica. Y no es nada raro, porque esta demanda ha sido habitual, hasta hace poco, y en España aún más acentuada si cabe con el Nacional Catolicismo que aquel dictador gallego, que como gallego era más listo que el hambre, supo hacer caer en la trampa, (también se dejó) a la jerarquía española. Todos los poderes que en el mundo han sido y en cualquier época han querido tener una iglesia nacional. El gobierno chino apoya a la Iglesia Patriótica, que tiene unos cinco millones de fieles, mientras persigue a la clandestina, fiel a Roma, con unos diez millones. Eduardo VIII, en Inglaterra, con la Iglesia Anglicana, y él como cabeza visible. Los príncipes alemanes apoyando a Lutero. Carlos III de España tuvo sus más y sus menos con Roma, y hasta Stalin recurrió a la Iglesia Ortodoxa.
¿Y qué tiene que ver todo esto con el sexo y la religión? Mucho, porque pese a la imagen de rancia que ha tenido en los temas de sexo (y sigue teniendo), la Iglesia Católica en particular y la cristiana en general, es muy probable que el origen de todo ello no viniera directamente de ella, sino de ser el instrumento “transmisor” de ciertas “recomendaciones” del poder.
Podríamos empezar desde la Biblia. Todos los gobernantes quieren tener más súbditos de los que tienen, y esto era más importante, en unos períodos en los que ser numerosos era una garantía de seguridad contra las tentaciones de otras tribus o naciones para frenar sus ideas de atacarle, o sojuzgarle. Si añadimos que las enfermedades hacían auténticos estragos en la población infantil, estos, acabaron convirtiendo a la mujer en una fábrica de hacer niños. Y aquí empieza el primer problema para dos colectivos, el de las mujeres estériles y el de los homosexuales;, ambos están mal vistos porque no van a procrear. Los conceptos morales del adulterio son diferentes para la mujer que para el hombre, pero no por el hecho de realizar el sexo, sino porque el hijo que heredará los ganados del patriarca, puede no ser suyo y quiere dejárselo a sus hijos, no a los hijos de otro.
Los mandamientos que se refieren al sexo, el sexto y el noveno, tal como se han conceptuado en la actualidad, han sido una derivación de los originales bíblicos que nada tienen que ver con el sexo, y sí sólo con la paz social y la propiedad. Cito textualmente: No adulterarás. Y el comentarista, (Traducción de Nacar-Colunga, ed. 1958) dice: “Más que la simple fornicación, mira aquí el texto al adulterio, por la ruina de la paz conyugal.”
Y sigamos con el otro, todavía peor interpretado que el anterior: No desearás la casa de tu prójimo, ni la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada de cuanto le pertenece. (Ex.20, 17).
¿Alguno ve sexo por alguna parte? ¿Entonces a qué ha venido esa comida de tarro, durante años, en los que, desde los púlpitos pronosticaban las mas terribles calamidades y el fuego eterno, a quienes realizaran ciertas prácticas fuera del matrimonio? A las enfermedades de transmisión sexual. Los estados se vieron desbordados por las enfermedades que diezmaban sus ejércitos y provocaban grandes desastres en lo/as jóvenes. La única manera para atajarlo, ya que el asunto de la entrepierna no tiene enmienda, era amenazar con el castigo eterno, a ver si de esta manera se podía frenar la promiscuidad y con ella las enfermedades, sobre todo la sífilis. Y además considerar estas enfermedades como un castigo por el pecado cometido.
Y la masturbación, ¿qué tenía que ver en esto? Ya metidos en harina, cogieron el pasaje de Onán, en el que practica la “marcha atrás”, no la masturbación, y como de esa manera no podía tener hijos (motivo por el cual se le reprende en la Biblia), también el que desaprovechase el semen era un pecador, puesto que lo que había que hacer era tener muchos hijos. Son clásicos, por lo brutal, pero conocidos, los cinturones de castidad que les ponían los caballeros a sus mujeres cuando se marchaban a la guerra, con los terribles inconvenientes que tenían, si no eran capaces de quitárselos (en realidad nunca existieron, fueron más bien un invento reciente, hechos como objeto para juegos y fantasías sexuales) pero ¿conocían los aparatos antimasturbatorios? ¿Para qué servían? Para evitar los terribles problemas que ocasionaba esta practica, según el médico suizo Samuel-Auguste Tissot, que en 1760 argumentaba que: “el semen era un "aceite" esencial cuya pérdida en grandes cantidades ocasionaba visión borrosa, reumatismo, sangre en la orina, pérdida del apetito y migrañas”. Estas teorías, “acompañadas de pruebas científicas” realizadas en pacientes de su consulta de Lausana, tuvieron tanta influencia social que ha llegado hasta fechas recientes. (Yo las he oído)
Todos estos planteamientos, divulgados a veces desde los púlpitos, en los que no sólo se castigaban tales prácticas con la condenación eterna, sino que te podías quedar ciego (¿los ciegos tenían bula para hacerlo? Como ya estaban ciegos…), nos parecen ahora ridículos. De los tres enemigos del hombre: Mundo, Demonio y Carne, este último ya solo se ha convertido en enemigo del ama de casa al precio que está el cordero, y son peores los pecados sociales, de los que la Iglesia ya ha tomado debida nota, como la explotación laboral, el tráfico de personas o el enriquecimiento escandaloso por medios poco lícitos. En la actualidad, desde la aparición de los antibióticos, los estados han bajado la presión, tampoco se necesitan más hijos (ahora, en España, dicen que sí) y el concepto de pecado sexual se ha ido diluyendo un poco en la sociedad. No hay nada más que leer las encuestas en las que los usuarios de la prostitución lo hacen con ánimo recreativo, para pasarlo bien, como podrían ir a una discoteca o tomarse una cocacola, sin la sensación de que están realizando algo malo. Eso sí, todavía está mal conceptuado socialmente el ir de prostitutas.
Como se ve, a cada uno lo suyo. Estado-religión tuvieron mucho que ver en las concepciones pecaminosas del sexo fuera del matrimonio, desligándolo de otros conceptos que eran los originales, como la de fraude a la confianza de tu pareja, o los problemas derivados de tales conductas, como enfermedades de transmisión sexual, situaciones incómodas tras embarazos no deseados y otros. No le eche tantas culpas a la Iglesia de sus represiones sexuales, piense que papá Estado estuvo, durante siglos, detrás, tirando la piedra, pero escondiendo la mano.