Enrique Flores es un conocido ilustrador, colaborador habitual de El Pais y de grandes editoriales, pero ahora nos sorprende con este cuaderno de viaje que no se limita a la ilustración sino que está repleto de anotaciones.
La memoria es una fragmentación del pasado: imágenes y palabras en un bolsillo. Todos recordamos de cada viaje cuatro -o mil- cosas sueltas, las anécdotas son caóticas cuando las revivimos o las contamos. Enrique Flores lo sabe bien y lo demuestra en este libro.
En cada página mezcla dibujos y textos, aprovecha los rincones, pega fetiches como el ticket de la entrada al cementerio (“Cementerio de Santa Ifigenia”) o una etiqueta de cerveza (“La gran cerveza de Cuba. Cerveza Hatuey”), frases sueltas (“Una irritantemente frecuente costumbre cubana: escupir al suelo”), personajes anónimos (“vemos en el Prado a Herminio, un buen tío que había quedado con su chica en el parque frente al Hotel Inglaterra y que se la encontró abrazada a otro”), anécdotas (“siempre hay gente que, sin que yo me de cuenta, me mira dibujar desde detrás de las ventanas. El cubano pasa su vida dentro de casa, sin dinero”), listados de cosas absurdas (“Provocan un aborto -según Vania-: una cerveza hervida con dos aspirinas...cáscara de la parte blanca que hay detrás del tronco del aguacate –hervido-...”), paisajes que redescubre el viajero...
En ese collage de textos e imágenes no hay continuidad, no se trata de una novela, ni de un único estilo en la ilustración. Todo son fragmentos sueltos. Enrique reproduce los mecanismos de la memoria y nos induce a sentirnos perezosos a la sombra de una esquina en La Habana colonial, que se cruce en el recuerdo el absurdo de un mulato sentado en una hamaca:“si trabajara no podría mantener a mis hijos, es mejor no trabajar”.
Podemos estar las 144 páginas dando tumbos por Cuba, pero en la penúltima página del libro, después de que el viajero haya recorrido toda la isla, Enrique anota una irónica conclusión:
“Todo el mundo aparenta saber de esto y de aquello, pero por culpa de la poca pasta y de lo difícil del transporte, poca gente ha salido de su pueblo. Hacer preguntas aquí sobre cómo ir aquí o allá o sobre qué encontrar allá es vano. La gente habla sin saber”
La memoria y el sentimiento carecen de orden y lógica. Los recuerdos no se conservan ni en formol ni en palabras por capítulos. Vale que la memoria tenga mecanismos inconscientes y un recuerdo lleve al otro, como las cerezas; vale que la memoria vaya trenzando palabras y frases que arrastran a otras frases, como de un ovillo se trenza un jersey (esa teoría la aprendí en el Bachiller); pero no bastan las palabras porque necesitamos también las imágenes. Nos comemos una magdalena y de lo que nos acordamos es del logotipo azul del Almax porque nos provoca ardor, no nos vienen a la mente palabras sino la sonrisa del tío jeta que tiene la tienda en la esquina y que nos ha vendido las magdalenas duras del día anterior... Si, la memoria mezcla palabras e imágenes, aprovecha los rincones de la página y admite una lectura desordenada... como Enrique Flores sabe y demuestra con este libro.
De todas formas, no se trata sólo de la teoría. De lo que se trata es del genio y a Enrique le sobran las explicaciones, abran el libro y recuerden haber estado también en Cuba.
Si los poetas se atreviesen a dibujar, “Cuba, cuaderno de viaje” sería candidata al Premio Nacional de Poesía. Son cosas que ocurren, todos nos miramos el ombligo y sólo a veces miramos alrededor. Puede que la poesía haya evolucionado, que los caligramas hayan encontrado su esencia última en esa dispersión de imágenes, frases y fetiches pegados...
(Por cierto, lo publica Ediciones D´Ponent, un libro de 144 páginas a todo color y tapa dura. Todo un capricho por sólo 21 €, especial para los que tienen miedo al avión)