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ISSN 1989-4163

NUMERO 09 - ENERO 2010

 

Roth

Gabriel Rodríguez

Confieso que me ha costado lo mío cogerle el punto a Philip Roth. Durante bastante tiempo me sentía como el único chico de la clase al que no han invitado a un cumpleaños, como el único tarugo que no ha pillado el chiste mientras todos los demás se ríen alrededor. Novelistas y críticos de varias generaciones y países pedían el Nobel para quien yo seguía encontrando un narrador un tanto ensimismado. A mí me gustaban más Auster y DeLillo y, desde luego, Tobbias Wolf, que nunca aparecía en las listas, no sé si por ser básicamente escritor de cuentos o por haber nacido en Alabama.

Tenía un buen recuerdo de El Teatro de Sabbath, que había leído tiempo atrás, pero la archipremiada Conjura contra América me parecía (y me sigue pareciendo) una novela entretenida, pasable, bastante menos original de lo que muchos pregonaban. ¿A quién podía conmoverle la deportación (ficticia) de unos cuantos judíos en lo que casi era un campamento escolar cuando en Europa teníamos un Austchwitz y un Stalingrado (reales)? ¿Quién podía temer al aviador filonazi Charles Lindbergh cuando Europa estaba plagada de nazis de carne y hueso?

Al fin me encontré con el gran Roth en Pastoral americana primero y El lamento de Portnoy después. Si la primera es la voladura controlada del sueño americano, la segunda es una exploración por los rincones oscuros del sexo con un humor sardónico que no deja títere con cabeza. Eso sí que era una verdadera conjura.

Imagino que cuando tus correligionarios consideran que tu pueblo es el pueblo elegido, no tienes opción: si utilizas el humor, tienes que entrar a saco, sin contemplaciones, dispuesto a arrasar todo y sin que te preocupe la onda expansiva. Sólo así se explica el humor corrosivo de Roth, primo hermano del de Leonard Cohen y vecino del de Woody Allen. Un ejemplo: cuando al personaje que interpreta Allen en Desmontando a Harry su ultraortodoxa hermana le recrimina que se odie por ser judío, él responde: Vale, puede que me odie, pero no por ser judío.

El último libro de Roth que he leído es Sale el espectro. En él, Zuckerman, uno de los alter ego del escritor, está hecho una verdadera piltrafa. El cáncer de próstata (que ya estaba padeciendo en Pastoral americana) le ha dejado impotente e incontinente. Roth juega con la visión del mundo que tiene un hombre abocado a esa humillación como si se tratara de la humillación colectiva de unos Estados Unidos que reeligen a George W. Bush en 2004.

Porque esa es una de las claves de Roth. Aunque sus ficciones son eso y no otra cosa, están embebidas en el contexto político del momento, ya sea el Macarthismo el gobierno de Clinton. El sexo, el miedo, el desencanto o la religión sirven para hurgar en nosotros mismo, pero también en quien nos gobierna.

Y mientras, Roth, que nunca sonríe en las fotos, sigue escribiendo novelas y esperando que algún año de estos le den el Nobel. O no.

 
 

Roth

 

 

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