Me gusta clasificar porque las categorías son las notas de la imposible armonía del mundo.
Me gustan los libros porque entre sus hojas se esconden las piezas del universo y me gusta leer porque comienzo a montar el rompecabezas.
Me gustan las bibliotecas, burdeles exquisitos de cuadriculadas damas que esconden inefables placeres en sus enaguas.
Me gustan las plumas de escribir porque su sangre índigo deja un rastro humano.
Me gustan los aviones porque un dios inexistente los pilota.
Me gustan los pilotos porque un dios inexistente los posee contra naturam.
Me gusta seducir porque me engalano de mi misma y ello siempre es un placer.
Me gusta la conversación porque traba almas confundidas.
Me gustan los maestros de raza porque huelen a escuela.
Me gusta la escuela porque huele a niños, a libros y a esperanza.
Me gustan los ancianos sabios porque en ellos habita el niño, el hombre y la historia.
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Aborrezco los asilos porque huelen a viejos, a fotos y a olvido.
Aborrezco los gimnasios pues son la vana arena de nuestros vanos esfuerzos.
Aborrezco las mujeres y los niños en la publicidad porque están muertos.
Aborrezco el telediario que mata por consunción como el arsénico en la sopa del mediodía.
Aborrezco el Opus Dei porque es el opus nigrum de satanás.
Aborrezco los gritos adultos, cuchillas heladas de silencios.
Aborrezco las anécdotas, agujeros negros del entendimiento.
Aborrezco las bolsas de plástico porque vuelan como palomas muertas que nunca se pudren.
Aborrezco las aceras sucias, cuadros abstractos de nuestra inmundicia.
Aborrezco los hospitales porque en ellos habita el monstruoso sentido de la vida.
Aborrezco envejecer porque no me da tiempo a empezar de nuevo.
