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ISSN 1989-4163

NUMERO 09 - ENERO 2010

 

Frito Mallorquín

Juan Carlos Marzal

Hígado, un trozo descomunal de hígado, rojizo y sangrante sobre  una fuente. Lourdes lo coge con sus dos manos regordetas y lo agita un poco sobre el plato para escurrir la sangre, lo pone sobre la madera, coge el cuchillo grande, afilado, y lo desliza sobre la carne. Cada corte, silencioso, es como una pequeña herida sin dolor. En poco tiempo la pieza queda reducida a trozos.

Mamá entra por la puerta:´

-Lourdes, ¿la vajilla?

Lourdes está concentrada ahora en desmenuzar un corazón, estirando con fuerza de los pequeños tubérculos que se resisten al filo del cuchillo. Chasquea la lengua sin apartar la vista de su tarea:

-¿Cuál vajilla, señora?

-La inglesa.

-Ah sí. –Se detiene y se pasa la muñeca por la frente, estirando los dedos para no mancharse la cara –. No se preocupe, yo la sacaré, cuando termine con esto, señora, pero ahora…

Mamá se acerca a la barra y se queda mirando el trabajo de Lourdes, callada, con su pose recta de tacón alto. Hace una mueca con la cara, como acompañando cada corte del cuchillo:

- Estará todo listo ¿no?

-Sí señora, pero es que el frito es muy entretenido.

-Ya –contesta mi madre con tono de lástima. Luego me mira:

-Alice, corazón, ¿has terminado los deberes? –Me repasa de arriba abajo con la vista –. Cuidado con mancharte. ¿Y tu hermano?.

Julio entra en la cocina trotando. Se para frente al besugo y lo mira. El pescado está dentro de una palangana, rodeado de patatas y con una rodajita de limón metida en la boca. Entonces, con cuidado para que no le vean, saca el limón y empieza a meterle trocitos de hígado en la boca y me mira de reojo.

-¡Uag!, que asco –digo yo.

-Julio no hagas guawuadas –le riñe mamá con acento inglés. Mamá habla casi perfectamente español pero a veces se le traban algunas palabras, sobretodo las que llevan erre –. Y tú, Alice, no digas eso. La comida –me sermonea como repitiendo una tabla de multiplicar –no es asco: es comida.

Lourdes la respalda en silencio, cabeceando mientras restriega sus manos  por el delantal, manchándolo con la sangre.

A las ocho ya estamos sentados en la mesa. Papá come con rapidez, devorando. Se inclina hacia el plato y llena el tenedor de trozos de comida, hasta que mamá le lanza una mirada y entonces se incorpora. Mamá tiene miradas para todo: con un pequeño movimiento de la ceja sabe decirnos cómo debemos hacer las cosas y cuándo, si están bien o están mal, cómo debemos caminar o sentarnos y si hemos hecho una cosa a su gusto, cierra lentamente los ojos con una sonrisa dulce. Al cabo de unos segundos papá ya se ha olvidado de las señas de mamá y vuelve a comer a su manera, masticando con fuerza y abriendo mucho la boca. Coge la copa de vino y sin haber acabado de tragar pega un sorbo. Mr. Smith y su esposa son más delicados, como mamá. Mantienen la postura erguida, con los codos pegados, y se acercan el tenedor a la boca inclinando levemente la cabeza hacia un lado y cuando se lo sacan de la boca lo deslizan entre sus labios cerrados como si lo acariciaran.

-Mmm –se adelanta papá  sin terminar de masticar – no me digáis que no es de las mejores cosas que se puedan comer.

Los invitados asienten.

-¿Y qué lleva exactamente?

 Yo remuevo el tenedor entre los trozos  de carne buscando las patatas mientras papá enumera los ingredientes:
- Magro, hígado, pulmón, corazón, riñones, sangre… todo frito con patatas, pimiento e hinojo. Aquí se aprovecha todo. Todo.

La Sra. Smith sonríe con  labios estrechos. Se le nota cómo aprieta la mandíbula con fuerza para tragar cuanto antes.

 
 

Frito

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