Abundan los ejemplos de creadores o de artistas, que en un momento determinado de sus carreras produjeron un hallazgo que acabaría por caracterizar a su obra –pensemos, por ejemplo, en Jackson Pollock con su expresionismo abstracto, o en la tríada Bracque-Picasso-Gris con el cubismo- y que, a la postre, les reportaría el éxito y les garantizaría un lugar en la posteridad. Pero también sabemos que cada original, no digamos ya si es bien acogido por el entorno, lleva aparejado infinidad de copias, de imitaciones, que buscan reeditar el efecto logrado por la idea primigenia sin caer, al parecer, en la cuenta de que dicho objetivo se devalúa y se aleja un poco más con cada intento. Aún así, la tentación debe ser poderosa pues no son pocos los artistas que han acabado plagiándose a sí mismos, insistiendo una y otra vez en la reformulación de lo que en su día fueron aportaciones novedosas. De hecho, una muerte prematura es en ocasiones el único antídoto capaz de erradicar dicha tentación.
A nadie se le escapa a estas alturas que el proyecto del Museo Guggenheim de Bilbao ha sido un rotundo éxito, aunque ciertas sombras derivadas de su mala gestión emborronen –más de puertas adentro- el balance. Prueba de ello es la popularidad que en los últimos años ha experimentado la promoción de infraestructuras culturales como elemento dinamizador del desarrollo económico y urbanístico en los lugares más variopintos. El museo levantado a orillas de la ría de Bilbao acabó, una a una, con cuantas críticas le salieron al paso. La inversión se amortizó muy pronto, se dotó a la ciudad de un potente símbolo de regeneración y a tan aparatoso continente se le supo dotar de un contenido ejemplificado en “La materia del tiempo”, la formidable serie de formas escultóricas creadas por Richard Serra y dispuestas en la planta baja. Sería interesante, ya puestos, conocer si el museo ha contribuido en estos años a elevar la sensibilidad artística de la población vasca, lo que sería de agradecer pese a que todos sabemos que, lejos del objetivo primordial, tal cosa sería más bien un efecto colateral de tan importante inversión.
Pero he aquí que pasados apenas diez años de su inauguración ya hay movimientos en determinados ámbitos de la administración vasca –de la diputación vizcaína, para ser más precisos- encaminados a promover la idea de levantar otro museo asociado a la franquicia Guggenheim dirigido a dinamizar en este caso el área situado en torno a la ría de Gernika, a escasos cuarenta kilómetros de la capital vizcaína. De momento el proyecto ha encallado por causa de las distintas sensibilidades que se hallan hoy representadas en los máximos organismos decisorios de la comunidad vasca y es aún pronto para saber qué futuro le aguarda al proyecto.
La idea de levantar otro Guggenheim, de insistir en el modelo que en su día gozó de éxito, remite de algún modo a esos artistas que terminan por plagiar sus propias ideas. Lo que antes era un proyecto encaminado a promover la regeneración de una urbe en decadencia, se adapta ahora al objetivo de promover el desarrollo económico en un área natural protegida –Urdaibai- con un marcado componente rural. Si ya cuesta entender el deseo de desarrollar un territorio que ha sido declarado reserva de la biosfera y cuya misma condición parece limitar el impacto humano sobre el mismo, uno se pregunta también sobre la oportunidad de trasladar allí el modelo que funcionó en la capital. Quizás sus promotores estiman que así juegan sobre seguro, sin caer en la cuenta de que a lo mejor están contribuyendo a devaluar la idea original, y nada garantiza que lo que entonces funcionó vuelva a funcionar, menos aún en unas condiciones tan distintas.
Saltar al vacío y arriesgar, es el único camino al alcance del artista que, pese a los hallazgos con que haya podido contribuir en el pasado, desea seguir progresando y abrir nuevos caminos. Insistir, seguir dando vueltas a la misma idea, ya amortizada, acaba por devaluarla. Lo más difícil en estos casos a menudo es también lo más aconsejable: abstenerse de crear mientras no haya nuevo que expresar. Claro que quien ha saboreado las mieles del triunfo suele querer más y no le resulta fácil contentarse con la abstinencia. Llama la atención que personalidades tan poderosas y, de algún modo, vinculadas al mundo del arte no parezcan haberse percatado.