“Los muertos conviven realmente con los vivos como observadores y testigos de todas sus palabras y hechos”. Tan inquietante frase no se encuentra en ningún tratado parapsicológico, ni en ningún mamotreto donde se propalen necedades pseudorreligiosas, sino en la Utopía del londinense Tomás Moro, que no fue un hombre al que habitualmente se le fuera la cabeza (aunque al final lo terminaron decapitando). En efecto, vivimos rodeamos por los muertos, por los fantasmas de quienes se marcharon antes. Y ante ellos nos sentimos tristes, desarmados o desnudos; ante ellos nos justificamos o nos enojamos; ante ellos esgrimimos melancolías, interrogantes u oraciones. Care Santos (Mataró, 1970) lo sabe muy bien, y es una de las creadoras que con más inteligencia, sensibilidad y tacto ha escrito sobre esa pululación anómala de presencias a nuestro alrededor. La última demostración la tenemos en Los que rugen, un volumen de relatos que le publica el sello madrileño Páginas de Espuma. Allí se alinean siete años de cuentos (2002-2009) donde el vacío, la soledad y la melancolía se unen con unos cordajes muy sólidos para trenzar trece historias admirables, donde el lector es invitado a sumergirse. Una vez efectuada la inmersión, descubrirá paisajes muy distintos a los que habitualmente lo rodean (“Círculo Polar Ártico”); historias de escritoras asesinas que se han visto impulsadas a cometer su crimen por razones poderosas (“Confesión”); episodios pasionales fuera de lo común (“Más allá de esta oscuridad y este silencio”); botellas de vino que se convierten en metáforas (“Seis botellas, o tres, de Gran Reserva”); letras imantadas que regalan al comprar yogures, y que construyen de forma inesperada el dibujo interno de un matrimonio y de su deriva (“Promoción de otoño”); o pequeñas minificciones domésticas, en las que la sorpresa y la cotidianeidad caminan de la mano (“Lararium”). Pero quizá el elemento que más sorprenderá a los lectores habituales y fervorosos de Care Santos (yo soy ambas cosas) es la desnudez con la que ofrece revelaciones de índole más personal, más íntima, más autobiográfica.
Resulta, en ese sentido, muy complicado no estremecerse con la lectura de “Comunicación”, “Defensa y ataque” y, sobre todo, con “Marcar un gol”, escritos con una tinta donde podemos adivinar algunas lágrimas disueltas. Raras veces la justicia poética y la serenidad se han unido con tanta hermosura. Alonso Zamora Vicente se refirió en uno de los relatos contenidos en el tomo Desorganización a una persona que tenía “una cenefa de melancolía en la voz”. Tal vez esa fórmula le convenga a la autora de los últimos cuentos del libro. Care Santos, maravillosa siempre cuando inventa historias, lo sigue siendo cuando nos enseña los dolores antiguos de su corazón.