Alarido
Asomado al abismo
de las edades del hombre,
armado de espejo y bastón,
de linterna, utensilios de piedra,
y un monóculo engastado
en el ojo de la distorsión,
en el ojo de tristes lágrimas…
¿Cómo te pareces a ti mismo,
singular vástago del desvarío,
depositario de todas las taras
de la primera bestia locuaz!,
¡qué idéntico a tu primigenio
antepasado hurgando en los huesos,
hurgando en su raíz amarga,
precipitándose en la alienación!
Desde el desamparo existencial
en el alarido desgarrador
de la orfandad genética,
en el pánico del corazón
bajo el brillo relampagueante
de las estrellas premonitorias,
y pasando por la lobreguez
del espíritu en el desarraigo
silvestre de las tablas de la ley,
¡cuánto te conozco, hijo de nadie!,
¡ cuánto te amo y te compadezco
atascado en la cruel dualidad
de noble materia pristina
y mugre de la luz equívoca!
El desvarío tu báculo ciego,
y desde el abismo de tus edades
un alarido de bestia herida
reproduciéndose en mi garganta.
De: Pasto de las llamas (2008)
(inédito)
Buenas maneras
A veces, de repente, morirme
sin despedirme, a secas,
cerrar la puerta de un portazo,
o lenta, lentísimamemente,
mirándolos de frente, desafiante,
disfrutando su íntimo furor.
Emitir un notorio exabrupto,
ofender sus buenas maneras
con un exagerado eructo
en la cena del arzobispo,
o una sonora carcajada
en el funeral del alcalde,
con mi solemne cara de tahur.
De vez en cuando abofetearles
su irreprochable traje obscuro,
su corbata de pulcro nudo,
su exquisito perfume francés,
o su pronunciado acento
semipeninsular, semiinsular.
A veces sencillamente huir,
y dejarles días esperando,
semanas tocando a mi puerta,
ufano en mi cabaña bosqueril.