Autor: Miguel Sánchez Robles. Junta de Castilla y León. 2015. 203 páginas. 15 €
Hace tanto daño leer a Miguel Sánchez Robles que siempre está uno deseando, paradójicamente, que aparezca otro libro suyo para zambullirse en él, y notar el cieno subiendo por el pecho, y cercando la boca mientras se piensa: “Todo lo que dice es terrible, pero cierto”. Su literatura, así, cumple una función parecida a la del alcohol en las heridas: escuece y es verdad. Con la novela Nunca la vida es nuestra (premio Fray Luis de León), el escritor vuelve a circular por idénticos senderos… Su protagonista es un profesor de instituto que vive una vida gris y huérfana de alegrías. Arrastra un matrimonio monótono, pierde y gana dinero en partidas de póker con sus amigos, bebe botes de cerveza voll damm, se ve cercado por las conversaciones anodinas de sus compañeros de claustro y languidece hacia la madurez con pasos tristes. Para salvarse encuentra tres asideros fundamentales: la poesía, el cine y los paseos en bicicleta. En uno de estos últimos se encontrará, en medio de un camino de montaña, con Esther, una veinteañera que trabaja como químico en la planta General Electric de Cartagena y que, desde el primer instante, le provoca un impacto tremendo. Al principio se trata de una atracción física, pero pronto se completará cuando descubra que la muchacha y él comparten modos similares de ver la vida: afán de vivir de un modo distinto al rebaño, gusto por las conversaciones surrealistas o líricas (la “verbalidad”, a la que constantemente alude el narrador; todos aquellos juegos que los convierten en unos auténticos “ludópatas del lenguaje”, p.158), ansia por apurar cada copa que la existencia ponga frente a ellos y deseo de estar la mayor parte del tiempo juntos. Pronto comenzarán una tórrida aventura donde lo sexual, lo metafísico y lo poético brotarán y se abrazarán a cada segundo. La muchacha insistirá desde el primer día para que Herminio, el profesor, no conciba demasiados planes con ella (“No proyectes, conmigo no proyectes nada, por favor”, p.99), porque sabe que vivir es simplemente fluir. E incluso llegará a pedirle que no se encandile con ella más allá de lo razonable, porque nunca sabemos el tiempo que se nos permitirá estar junto a la persona amada (“Yo no quiero que tú mueras por mí. Yo ni tan siquiera quiero que te enamores mucho de mí. ¿Me estás oyendo? Por favor, no te enamores de mí. Vive conmigo. Folla conmigo. Juega conmigo. Hazme daño si quieres, pero no te enamores de mí y no hablemos de la muerte”, p.149)… Con el paso del tiempo, y tras disfrutar de unos días juntos (a veces metidos en la habitación de la chica, a veces viajando como turistas de fin de semana, siempre bebiéndose el uno al otro con fruición, rodeados de alcohol, porros, poesía y música), la realidad más cruel vendrá a recordarles que ningún paraíso se goza impunemente y que el azar siempre se reserva la mano ganadora en esa partida de póker a la que llamamos vida. Memorablemente escrita, con un lirismo constante, explosivo y de imposible imitación, cualquier página de Miguel Sánchez Robles podría enmarcarse y ser exhibida en el Museo del Prado. Es uno de los más grandes escritores de España, sin discusión posible.