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ISSN 1989-4163

NUMERO 68 - DICIEMBRE 2015

Checoslobalkania (II) - Los Infortunios de Svoboda, de János Székely

Luis Arturo Hernández

 

     

LAS INSÓLITAS DESVENTURAS DEL EX-SOLDADO SVOBODA
  (Los infortunios de Svoboda, János Székely, Impedimenta, Madrid, 2015.)

      “Los alemanes han entrado en Moravia. […] No es más que una pequeña invasión relámpago como quien no quiere la cosa, todavía no estrictamente una guerra. Es tan sólo que los alemanes llegan y se instalan, nada más.”
                                                                                  Jean Echenoz, Correr

   En 1940, al poco de producirse la invasión de Checoslovaquia por el III Reich, y poco antes de la aparición de Trenes rigurosamente vigilados (1946) —la novela de Bohumil Hrabal que desarrollaría la heroica resistencia, contra “los muy cerdos” (p. 128), de un humilde y joven empleado ferroviario en un pequeña estación checa el día del rito de su paso a su madurez—, el húngaro János Székely, a la sazón exiliado en EE.UU., daba a la luz la peripecia grotesca de un mozo de estación de tren, el simplicísimo Svoboda (en checo, ‘Libertad’), de una diminuta localidad checa y su contumaz y grotesca resistencia contra la ocupación nazi, titulada Los infortunios de Svoboda (ed. Impedimenta, 2015) y que bien pudiera subtitularse, parafraseando a Goethe —contrahecho por Hrabal—, Las desventuras del viejo Svoboda o Vida e insólitas desventuras del soldado Svoboda, por hacerlo en nombre del conmilitón  soviético de Švejk del novelista Vladímir Voinóvich.  

        TRENES NEGLIGENTEMENTE VIGILADOS o HUMILLADO Y OFENDIDO
   Y decimos grotesca porque la novela presenta una peripecia tragicómica que puede inscribirse en esa categoría estética, si bien no en el sentido del nihilismo siniestro de  Wolfgang Kayser para la pintura y la literatura —“De las mentes más cuerdas surgieron las historias de terror más grotescas”, p. 36; y/o “pensó que alguien  le estaba gastando una broma cruel”, p. 88—, sino de lo festivo carnavalesco regenerador de Mijail Bajtin en su ya clásico ensayo sobre Rabelais —“Hombres sensatos narraron con gravedad atrocidades de las que sus propios nietos se habrían reído el día anterior”, p. 36—.
   La corrupción de los camisas pardas que saquean —infringiendo la férrea disciplina nazi y, por ello, incurriendo en un delito— a la gente del pueblo, desencadena la acción desde el punto y hora en que los milicianos de la ocupación—con “Cabeza de Balín” o “Cabecín” a la cabeza— encubren su saqueo tras la cortina de humo de la reacción a un presunto atentado ferroviario contra Hitler fruto de una conspiración y buscarán, como cabezas de turco —o cabecillas de la resistencia—, al coronel Fiala, un mutilado héroe local de la Gran Guerra, y al “veterano de guerra de pocas luces”, desmovilizado por herida de metralla, Svoboda —y que parecieran aspirar a incluirse bajo la inscripción heroica del Soldado Desconocido: “Murió por la libertad de Checoslovaquia”, p. 45—.  
   Y, si bien, la acotación del Mal a la corrupción de unos “fuera de la ley” del Nazismo pudiera leerse como una actitud, incluso,  reformista frente al gran crimen de la Invasión y, por ello, susceptible de interpretarse como colaboracionista por parte del autor —“Sin embargo, pensó con amargura, ¿qué es una bandera, más que un pedazo de madera y algunos trapos de colores, y cuántos hombres dan su vida por ella?”, p. 111—, la dupla constituida por Fiala y Svoboda, cuyas peripecias discurren en paralelo  trenzando los capítulos de sus tramas, parece encarnar que ni pintiparada la identidad complementaria checoeslovaca: el honrado y ofendido militar checo, héroe contra Alemania del Kayser tras desertar del ejército austrohúngaro; y el humillado bastardo eslovaco,  un estúpido acomodaticio, que en su bajtiniano dialogismo narrativo —y pese a actuar cada cual por su cuenta y riesgo— remiten a la pareja de Don Quijote y Sancho, tan cara a la literatura checa —y eslava en general—, al amo y criado, caballero y escudero,  hidalgo y pícaro.  

                     LAS DESVENTURAS DEL RESISTENTESVOBODA
   Hay algo en Svoboda —“Idiota de nacimiento , no se le puede considerar responsable de sus acciones”, p. 122— que lo emparienta con Las aventuras del valeroso soldado Švejk, del escritor checo Jaroslav Hašek —desertor del ejército austrohúngaro pasado al bando ruso también éste—, con la peripecia de aquel “inútil” exento del servicio militar que, a pesar de ello, se empeña en enrolarse para servir al emperador Francisco José I, en esa contumacia con que el eslovaco Svoboda asume su detención por los nazis —«el prisionero les había pedido que si “por favor” podían cerrar la puerta de la celda» (pp. 101-102),  para evitar una corriente de aire— o accede a ser interrogado en Praga —“De vez en cuando, la autoridad metía en trenes a los desgraciados como él. […] Esta vez se  suponía que era idea de ese tal Hitler […] y le encantaba viajar”, p. 123—  y, el colmo, al internamiento en un campo de concentración con la promesa —pragmático sentido de la justicia—, de obtener un nuevo reloj, objetivo alcanzado antes de regresar al pueblo.    
 
              EL PEQUEÑO PUEBLO EN QUE EL TIEMPO FUE DETENIDO
   Y será ese reloj de bolsillo—que atrasa, como corresponde al retrasado de su dueño—, roto durante la detención —al tiempo que se detiene el tiempo de la anodina y anónima vida cotidiana de La pequeña ciudad en la que el tiempo se detuvo, por citar de nuevo al checo Bohumil Hrabal—, el objeto de deseo que desencadenará los bandazos —mejor, cambios de bando— de Svoboda, desde el colaboracionismo tras pasar por un lager —“El sacerdote […] sacó su antiguo reloj de plata y se lo dio a Svoboda […]:—Ya ha llegado mi hora”; “Svoboda se sacó un enorme reloj de plata del bolsillo […]: —Hemos llegado a tiempo”, p. 142—, hasta que, expoliado de sus ahorros —“gané cada poquito de los 318 sokols como buen cristiano”, p. 158— por los nazis, y denunciado Hitler —“Me ha robado ese cerrrdo”, p. 160; «despotricando de “ese dios judío de ese asquerroso Hitler”», p. 163—, pase a cometer el sabotaje de la vía férrea por el que se le condenó siendo inocente —“En realidad, esa birria de explosión había sido un atentado en toda regla  para acabar con la vida Hitler”, p. 166—, en acto de justicia poética inapelable —“Si me arrestan cuando no conspirro, ¿por qué arrestarme cuando conspirro?”, p. 167—, reincidente activista de su particular resistencia — Además ese puente es mío. […] “He pagado 318 sokols.”, p. 169—, cerrando así el círculo narrativo de su apodo Svoboda.

                                LA HORA ESTELAR DE LOS ASESINOS
   Hijo de un pueblo humillado —“A los de su pueblo llevaban siglos pateándoles las costillas con botas enfangadas”, p. 69; “No obstante, durante siglos, estas tranquilas gentes de clase media habían soñado discretamente con lo que simbolizaba  el hombre […]. Masaryk significaba libertad, humanidad”, p. 35—, Svoboda, que había aceptado el sobrenombre de un asesino buscado en el pueblo —“Al final se había quedado con el apelativo, cosa que se consideraba una prueba más de su estupidez”, p. 17—, facturado como carne de cañón a la I Guerra Mundial —“por si, de darse la ocasión, conseguía desarrollar un talento útil para el asesinato”, p. 18—, era el asesino ideal para los nazis:
 
“Lo que necesitaban era un asesino como Dios manda, un asesino que no llamase la atención, un asesino sin familia ni amigos; alguien a quien pudiesen liquidar sin alborotos incómodos cuando llegase el momento oportuno. Y así es como dieron con Svoboda”, p. 65.

   Y lo va a ser, pese a al fracaso de su tentativa inicial de magnicidio —“la historia se produce, primero, como farsa”, en un contrafactum del 18 Brumario: “[…] un austriaco había gobernado el país. Un austriaco o algo así, con bigotes como Santa Claus, llamado Francisco José. Svoboda le había jurado lealtad al viejo, y también servirle como soldado”, p. 94; “Le harían jurar lealtad a alguien [el Führer], y él a eso no le ponía pegas”, p. 123—, en un final abierto — “y, luego, como tragedia”: “Cualquiera diría que habían vuelto los de antes, pero no eran los mismos. […] Aunque luego la autoridad le había dicho que ahora los austriacos también eran alemanes”, pp. 94-95—: “Ya estado en campo de concentración. No pueden castigar dos veces por lo mismo”, p. 169—, el nadir del tiranicidio,  por antítesis de La hora estelar de los asesinos, de Pavel Kohout.

                           LA JUSTICIA POÉTICA DEL TONTIASTUTO ESBOBODA
   Y en ese paisaje urbano —La pequeña ciudad donde vive ese charlatán de cervecería Plsen que es el tío Pepin— y cuyo paisanaje, desde el beatífico doctor Burian, marxista arrepentido,  el enigmático seductor Vesely o el contemporizador abogado Novotny y Sra. al atribulado jefe de estación o el palabrista director del banco —que, como el tío Pepin de Hrabal, “era un reconocido narrador, […] disponía de un arsenal inagotable de  historias sobre el bobalicón grandote y su racanería”, p. 155—, se nos presenta, entre la ternura y la ironía, con mucho más intervencionismo del Székely implícito —valoración crítica y complicidad con el lector: “Al fin, Svoboda se explicó, aunque de forma más simple que como yo me expreso aquí”, p. 143— que el que le reconoce Pablo d’Ors en el Prólogo; ahí, el pragmatismo del personaje típico —“El director era un reconocido narrador, y Svoboda, un ingrediente indispensable de su repertorio. Disponía de un arsenal inagotable de historias sobre el bobalicón grandote y su racanería […], aquel simple humilde y bonachón”, p. 155—, capaz de especulaciones teológicas que sirvan de coartada a su mundo terrenal, lo va mutando en un carácter —“Sin embargo, también en eso había un punto de picardía”, p. 144; “[…] pese a su mente fría y calculadora, su corazón rebosaba compasión”, p. 148—, en buen salvaje Emil Zátopek, tierno bárbaro —por decirlo con un título del moravo Hrabal—, ingenuo y voluntarioso maratoniano moravo, más conocido como “El dulce Emil” y “La locomotora checa” —que tan bien ha sabido ver Echenoz en su novela Correr—, bobo/discreto Sancho Panza, tontiastuto (por decirlo como Sánchez Ferlosio) —¿un tonto que se hace el tonto, cortado por aquel patrón de Josef Švejk?: “Cuando un tonto se entera de que hay otro más tonto que él, le resulta imposible contenerse”, p. 102—, el removilizado reservista reservón Esboboda.

   Con una funcionalidad de los recursos narrativos propia de guion cinematográfico,  a medias entre comedia dramática de Lubitsch —de quien fuera guionista el autor— y kit narrativo de la  Srta. Pepis, entre Josef Švejk y el tío Pepin, Los infortunios de Svoboda es una encantadora maquinaria de relojería novelesca, precuela de la escuela de Hrabal. 
 

 

Los infortunios de Svoboda

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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