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ISSN 1989-4163

NUMERO 68 - DICIEMBRE 2015

Donde Pasan las Cosas

Javier Neila

     

Acaban de callarse los cañones. Así que ahora nos toca salir a la infantería. El oficial consulta su reloj de bolsillo, muerde el silbato y monta su parabellum.

“Debimos alistarnos en Artillería”, le digo a Baumann en voz baja. Él me mira, con complicidad, mientras la mano con la que pone la bayoneta en la boca del fusil no deja de temblar.  Los artilleros viven mejor, comen casi todos los días y suelen estar lejos del peligro. Hasta sus fusiles son más cortos que los nuestros, porque apenas los usan. Tampoco tienen que mirarle a los ojos a nadie, mientras le meten dos palmos de acero de Solingen entre las tripas. Además, tienen menos ratas al poner sus campamentos en llano…aquí en las trincheras, sin embargo, no te dejan tranquilo, atraídas por el olor a orín y a heridas infectadas,  y te muerden cuando las aplastas al moverte en el catre. También podría haber solicitado luchar en la Caballería…así habría visto el mundo pasar a toda velocidad, desde la grupa de un bonito corcel. A las mujeres les brillan los ojos cuando pasan los jinetes a su lado, sonriéndoles de manera especial, casi ruborizadas por los pensamientos inconfesables que ocultan. Ellos las miran de soslayo, con su meneo, su lanza y su chulesco casco ladeado…hay algo sexual y morboso en todo ello. Además, son los primeros en llegar cuando se trata de encontrar comida, quedarse con las mejores daifas o saquear alguna casa. Y en huir también se nos adelantan, cuando las cosas se ponen turbias… Tampoco habría estado mal alistarme en el cuerpo de ingenieros. Montando puentes, arreglando caminos o construyendo parapetos, o metiendo gas vesicante en grandes cilindros metálicos para abrirlos cuando el viento sople a favor, y quemar con los mejores deseos del Káiser los pulmones de algún desgraciado, a poder ser del enemigo...trabajar para que maten a otros, o para que otros maten, hace que la vida sea más sencilla…

Sí, definitivamente en artillería, caballería o ingenieros habríamos estado mejor. Quizás me engañaron los carteles que atestaban las calles de Colonia cuando me alisté en 1914; “Infanterie konigin aller waffen”… Tras dos años en el frente no estoy tan seguro de que la infantería sea la reina de todas las armas. “El soldado de infantería no tiene derecho a nada, sólo a que le maten”, solía decir el sargento Meulemann cuando se emborrachaba. En eso tenía razón. No sabemos que nos espera más allá de ese claro del bosque, ni donde van a terminar nuestros pasos al acabar éste día. Es lo que hay. En primera línea se palpa el miedo que da estar vivo. Ves que no puedes controlar los acontecimientos; que son los acontecimientos los te controlan a ti, como la hoja que arrastra el viento y no sabe a dónde va.  Es la emoción más intensa y real que puede sentir un ser vivo. La conciencia de su propia debilidad. Fragilidad insoportable en la que nadie quiere pensar por cobardía, y que provoca que todos se escondan en sus vidas ordenadas y previsibles de retaguardia, en sus cómodas casas, en sus trabajos rutinarios o en otras personas a los que atribuyen la pesada carga de pensar por ellos. Aquí en el barro, sin embargo, el azar, la mala suerte, lo imposible, son realidades mucho más tangibles que las leyes de la física, la estadística o la fe. Aquí, una simple decisión es frontera entre morir o seguir vivo. Esa es la auténtica libertad, superado el miedo, cuando uno acepta que nada depende realmente de ti.
De una cosa estoy seguro. Nunca me he sentido tan vivo ni tan libre como ahora. Enfrentándome al momento en el que posiblemente pierda la vida. La vida es cambio, y quiero ser protagonista de esos cambios, aunque me lleven a la extinción y el olvido. Quiero ser testigo consciente de algo importante. Mi propia existencia. Quizás para otros, sea mejor estar lejos de ésta realidad, de ésta vida y de ésta guerra…pero yo prefiero estar aquí en el barro, y saber lo que es estar vivo, que es saber lo poco y lo fugaz que somos. Eso nos hace más grandes y más fuertes.

Baumann ya ha calado la bayoneta. Una bengala verde cruza el cielo, como una estrella fugaz, y durante unos segundos nos llegamos a ver las caras manchadas de barro y los rasgos endurecidos por las sombras, que van cambiando al caer la bengala suavemente por efecto de su pequeño paracaídas. El oficial toca el silbato. Hay que salir a campo abierto. Alguien grita: “¡Ataque a la bayoneta!”

 “Baumann… creo que pese a todo, prefiero quedarme en infantería. Me gusta estar donde pasan las cosas”

Él me sonríe y me contesta:

“¿Dónde si no?”

 

 

Bosque

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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