En la feria de verano las niñas
y los niños no ven la cochambre adulta
que rutila detrás de las atracciones.
Las dulces devotas de una religión negra
sostenida por el rito del pelo
felan a hombres de aliento impaciente.
Imagino penúltimas cervezas
mejicanas, risas estivales que rajan el aire.
Sólo desde una curva lenta y esencial
de la montaña rusa
es posible avistar
la estratificación de la madrugada.
Ala izquierda la mansa inmortalidad
de la lámina bruna de agua, el puerto.
Abajo una entropía rosa pálida de
algodones dulces blandidos por niños
felices. En el descampado anejo semen
canicular muerto en papeles,
lunares diseminados en la camisa de la noche.