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ISSN 1989-4163

NUMERO 52 - ABRIL 2014

Felicidad Efímera

Valentina Lloréns

Estaba claro que el paso del tiempo, acompañado del avance tecnológico, modificaría nuestros patrones de consumo; lo que nunca se predijo en aquellas visiones futuristas es que las personas dejarían de disfrutar de las cosas realmente buenas; aquellas que no tienen por qué ser necesariamente de pago o, que si lo son, no son necesariamente costosas pero que sin embargo tienen un valor y proporcionan una satisfacción incuantificable.

Vivimos en una sociedad de consumo y, como su nombre indica, estamos condenados a encontrar la felicidad en la adquisición de bienes. El nuevo patrón de consumo se llama BINGE y se acompaña del verbo al cual haga referencia según el contexto, se puede hablar de binge watching, binge drinking o binge eating por ejemplo. No es un concepto nuevo; ya en los 90 se hablaba de él, pero es una actitud que la actual sociedad moderna está exprimiendo al máximo. Traducido como "borrachera de" hace referencia a esa tendencia que nos caracteriza a la mayoría de querer ver y consumir todo lo que nos proporcionan las tecnologías a un ritmo frenético; ya no nos sentamos toda la familia un sábado por la tarde en salón a compartir una película (por muy mala que sea) solo por el mero placer de disfrutar de la compañía familiar. El revival familiar con el que soñaban los americanos al crear la televisión ha quedado en algo meramente del pasado. Se supone que el ser humano es un animal social, necesita la compañía de los demás para sentirse cómodo, pero ya queda muy poco de eso. Ese "binge" está acabando con los lazos afectuosos; el padre ve el telediario por la noche, la madre lee un libro desde su e-book, la hija consulta shops online y el hijo está perdiendo sus huellas dactilares de tanto teclear en su whatsapp; poco a poco nos vamos transformando en los autómatas que Fritz Lang reflejaba en su futurista Metrópolis.

Pero hay algo paradójico en todo esto, pese a la diversidad de aparatos tecnológicos y a la inmensidad de contenidos que todos ellos ofrecen; todos consumimos lo mismo y hablamos de lo mismo. Ese binge watching por ejemplo, muy promovido por difusores como Netflix, consigue que caigamos todos como piezas de ajedrez en los mismos productos; la mayoría vemos series como Breaking Bad, Big Bang Theory, House of Cards, Juego de Tronos o The Walking Dead entre otras muchas y esa forma de visionado ya no tiene nada que ver con como lo haríamos hace tan solo unos años; ya no hace falta que tengamos que esperar una semana para ver el siguiente capítulo y dedicarnos a especular con otros seguidores qué creemos que pasará en la próxima entrega, porque estos proveedores de contenidos saben que la impaciencia es uno de nuestros rasgos representativos y, para acabar con ella y la posibilidad de que nos cansemos de esperar, deciden ofrecernos todas las series al completo en streaming; de manera que este binge watching o atracón televisivo en el que podemos ver una serie entera en un fin de semana acaba incluso con el arte de la especulación y la posterior conversación con otras personas que siguen las mismas ficciones televisivas. Otra de las preocupantes consecuencias es que esta tendencia a la homogeneidad está dejando a un lado aquellas producciones verdaderamente originales que, por no ser del gusto de la mayoría, se están quedando sin adeptos y sus creadores pierden la motivación para seguir adelante con ellas.

Lo mismo ocurre con el binge eating y el binge drinking. Conduce a que las personas consuman aquello que tienen a mano rápidamente, sin apreciar el trabajo que hay detrás de muchas de ellas; estamos despreciando las cosas que merecen realmente la pena, la impaciencia puede con nosotros y eso hace que Mac Donald's se enriquezca mientras provoca una sociedad llena de obesidad infantil mientras que los clásicos platos de toda la vida, un buen guiso con sus respectivas horas de cocción, queda ya prácticamente en el olvido.

Lo realmente preocupante, a parte de ese desprecio a las producciones independientes, creativas y originales en el caso de la televisión, o de los pequeños placeres de la vida como la comida; es que las personas ya no encontramos felicidad en casi nada, llevándome entonces a plantearme la terrible pregunta de si en un futuro, no muy lejano, llegaremos a cansarnos incluso de la compañía de otras personas, convirtiéndonos así en auténticas máquinas asociales incapaces de disfrutar de los placeres de la vida o de la mera experiencia de compartir con otras personas.

Y como muestra, basta ver la película "Her".

 

Felicidad efímera

 

 

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