Al atardecer
nos encontraremos en el valle,
amigo, hermano.
Allí, junto al fuego,
el agua de mis ojos
y el fulgor de tu palabra,
harán nacer de la sagrada tierra
una rosa, una sola rosa, mientras las montañas,
nuestras únicas hermanas, acariciadas por el último sol,
se despiden para ir a soñar
el eterno poema que habita la noche.
El poema eterno
que, al amanecer del nuevo día
iluminará con una luz nueva
todos los valles
y todas las rosas.