Holmes llevaba unos días ensimismado, comía poco y dormía peor. Watson se dio cuenta, aunque procuró no ser indiscreto. Sin embargo, aquella tarde lo vio especialmente deprimido y le preguntó:
-Holmes, advierto que ha perdido el apetito a pesar de que la señora Hudson ha duplicado sus esfuerzos con las salsas y añade siempre patatas asadas. ¿Algún problema de digestión?
-No es cuestión del estómago, permítame decir que el problema está en la entrepierna de la señora Moriarty. Me acosa, Watson, la señora Moriarty me está acosando. Ella encuentra mas placer sofocándome a mí que no haciendo que la penetre algún desocupado de los que tantos hay tentando a las viudas –Watson carraspeó, porque se sintió aludido-. Ella disfruta mostrándome cuando se sienta, como por error, el brillo de sus medias de seda. Cuando se levanta de la silla, se ajusta la falda y simula que la plancha con la palma de la mano y presiona por detrás para que se le marque el contorno del trasero, con esa forma de pera que tiene, mientras suspira con la excusa del mal tiempo de Londres. Deja caer luego de su bolso algún botón para yo lo recoja y cuando se lo ofrezco me propone que busque en su espalda a qué parte de su vestido pertenece, pero nunca es de lo que lleva puesto y lo cierto es que me decepciona no encontrarle esa abertura por la que tanto había ansiado verle, caído el botón, la piel de su espalda o el brillo de una prenda interior. Entonces ella, satisfecha de su maldad, sonríe y me coge el botón, como si quisiera insinuar que pertenece a una parte más intima de su desnudo. Si, Watson, me inquiera ese acoso maligno de la Señora Moriarty. Incluso al sentarse en el salón de nuestro amigo Lestrade, lo hace enfrente mía y estira el pie para que sobresalga de la falda y apunta con el zapato hacia el extremo de mi pene. Nunca falla, sabe siempre si al sentarme he encajado el pene pegado al muslo izquierdo o al muslo derecho, ella siempre acierta donde está. Lo señala con la punta de su pie. Y después viene la tarta y ella unta con la nata su trozo de pastel de chocolate y, después de haberlo cubierto todo, va retirando despacio esa nata con la punta de la cucharilla mientras se la come. Saca la punta de la lengua entre los labios y recoge la nata de la cucharilla, una y otra vez, sin prisa. Me hace sentir como si yo mismo acabase de eyacular en esa cuchara... Es horrible el acoso que siento. Ayer, sin ir mas lejos, manché terriblemente el pantalón cuando ella, al despedirse, escupió en la palma de mi mano y me hizo apretar el puño para sentir el calor de la posesión de su saliva...
Watson sonrió al observar ese bulto por el empuje de la enorme erección de Holmes. Se dio cuenta que el punto débil de su amigo era la timidez y el abuso que desde niño había hecho de la masturbación.