Cuánto da que hablar la tele. Cuánta polémica genera, cuántos sentimientos encendidos y discusiones interminables. La tele saca lo peor de nosotros mismos. Pero a veces también saca lo mejor. Ojalá no sea solo un golpe de efecto y sirva de precedente para el gigante Mediaset el trato exquisito que desde una de sus cadenas -Tele5- se ha dado al delicadísimo asunto de la muerte de una niña de 11 años concursante en el formato de audiencia millonaria La Voz Kids.
Ahora todo el mundo sabe que Iraila significa Septiembre. La muerte de la concursante ha sido la mecha que ha encendido una polémica que suele alimentarse cada cierto tiempo: los límites éticos que hay que respetar en la televisión (ojo, en la tele, que no en la vida) un debate tan antiguo, tan repetido, que me hace pensar que es inherente a la propia naturaleza de la tele. La muerte de un niño, cuando se multiplica exponencialmente por efecto mediático, puede tener una repercusión aplastante. Ha sido el caso. Millones de espectadores, de tuits, de mensajes, todos expresando opiniones favorables o en contra sobre el hecho de que algo tan superfluo como la tele se convierta en escaparate de algo tan delicado.
Lo primero aclarar que la noticia de la muerte de Iraila no salió nunca de "labios" de la cadena, sino de la propia familia que lo hizo público a través del perfil que su hija tenía en una red social. A partir de ahí la cadena tuvo que actuar porque, ironías del destino, la noticia de la muerte llegaba dos días antes de la emisión del programa en el que Iraila se jugaba el pase a la final. Más ironías del destino, la niña pasó la batalla pero perdió el asalto final, como la vida misma. Tele5 emitió la gala tal y como fue grabada seis meses antes cuando no se presagiaba tan trágico final; y emitió la gala por expreso deseo de sus padres como homenaje a Iraila, porque es lo que ella hubiera deseado. Y ahí empezó la polémica. El programa lo siguieron más de 5 millones de espectadores, en la línea de la audiencia que lo conforma desde su estreno; pero el minuto de oro, la actuación de Iraila, la vieron más de 7 millones de espectadores. El debate se salió de madre. Que si era amoral, que si la cadena se estaba aprovechando de la desgracia ajena, que si la tele es un estercolero, que si tele5 debía donar lo recaudado en publicidad para la lucha contra el cáncer… ¿Estamos locos? ¿En qué mundo vivimos? Perdón, pero esto es un programa de televisión en una cadena privada. Y la televisión es un medio concebido principalmente para entretener, no el hemiciclo del congreso de los diputados ¿Qué parte no entendieron algunas personas de que los padres expresamente pidieron y autorizaron la emisión del programa? ¿Quién no respeta? ¿Quién se salta lo límites? ¿Quién se siente con autoridad moral para criticar lo que deciden los padres de una niña que estuvo 4 años luchando contra el cáncer? Tele5 no sacó en sus promociones ni una sola imagen de la niña, no se hizo referencia alguna en otros programas a la muerte de Iraila, en contra de lo que es habitual en una cadena que se retroalimenta demasiado.
Como trabajadora del medio y como amante de mi trabajo, duele mucho escuchar términos como telebasura o caja tonta; para empezar porque los que hacemos televisión presuponemos inteligente al espectador, no tonto ni consumidor de basura. Hay personas que olvidan que la realidad está ahí afuera, no en lo que ellos mismos llaman caja tonta, autodefiniéndose de paso. La televisión no es la vida. Y hay más terrorismo en la política con todas sus formas de corrupción que en la televisión cuyo principal fin es ofrecer entretenimiento y alejar a la gente, aunque sea por unos segundos, de la aplastante mierda de la que estamos rodeados.
Hay que diferenciar varias cosas; la primera ya está apuntada: televisión y vida. La segunda, ya dentro del ámbito de la televisión: ficción y realidad; y la tercera cosa entre la que hay que distinguir es televisión privada y televisión pública (esta última a nivel estatal o autonómico).Para empezar el debate y polemizar, que siempre es bueno, estaría bien tener claras estas diferencias.
Formatos como La Voz, cuando son emitidos por televisiones privadas, deben tener en consideración elementos para el debate diferentes a lo que habría de considerarse si estuviéramos hablando de una cadena pública. Por ejemplo, el hecho de que en un programa como La Voz, exista un acuerdo con Sony y Universal por el que las canciones del programa son elegidas para generar derechos de autor para mencionadas compañías, es algo que no se puede denunciar ante la justicia pues no deja de ser un acuerdo entre dos empresas privadas. El mismo hecho llevado a cabo por una cadena pública sería denunciable. A pesar de ello -de que en este caso no se pueda denunciar- es bueno que se alce la voz (la otra voz) y se sepa que no todo lo que se ve en un formato tan aparentemente inofensivo lo es tanto en realidad; el arte, por desgracia, se ha convertido en una industria. Industria cinematográfica, industria editorial, industria musical. Ya nada se plantea en términos artísticos de verdad sino que el arte se ha plegado de forma absoluta a la ley que rige todos los mercados. Alzo mi voz contra esto e invito, pido, suplico a que desde las cadenas públicas -y también desde las privadas, ¿por qué no?- se fomente también el arte que se da a otro nivel, más modesto, pero donde son otros intereses y otros deseos los que están en juego: la libertad creativa. Algunos artistas ya le han dado la patada a las grandes multinacionales porque no sentían respetada su libertad y tratan, tratamos de sobrevivir a otro nivel, con menor repercusión pero sin renunciar a lo que somos. Estaría bien contar con apoyo mediático.
Los que hacemos tele también tratamos, desde espacios más modestos, sobrevivir como podemos al zarpazo de la crisis y los recortes sin perder un ápice de ilusión para intentar dar a nuestros espectadores lo que quieren: un rato de desconexión de una realidad tan antipática. Pero deberíamos ser conscientes de que la tele no es el ámbito contra el que cargar, al menos no exclusivamente. ¿Y si todo lo que polemizamos y todas las quejas alzadas contra la tele las trasladamos a los ámbitos desde donde sí pueden y deben cambiar algo? Ojalá el ruido que ha metido La Voz Kids estos días pudiera tener su equivalente en un movimiento social donde cargásemos contra el verdadero terrorismo: la explotación laboral, los recortes en sanidad y educación. Ahí sí que estamos sobreexponiendo a nuestros niños. Contra eso sí debemos protegerlos, lo demás… lo demás solo es un juego. Si quieren cantar que canten, si quieren bailar que bailen, si quieren actuar que actúen y si quieren jugar el tenis que jueguen; por cierto, ¿por qué no se mide por el mismo rasero a los padres que permiten que su hijo pequeño entrene 4 horas al días o que montan a su hijo en una moto o coche de carreras a 70 kilómetros por hora con cinco años? ¿Qué pasa, que el arte es malo y el deporte bueno? Solo hay una cosa a la que no se debe poner límite, es al sueño de un niño. La vida se encargará de acotar las ilusiones o de frustrar sus deseos. La realidad siempre nos despierta con brusquedad y lo hace todo innegociable. Que se lo pregunten a Iraila. A veces deberíamos ser menos políticamente correctos y disfrutar del espectáculo. Sin más. Emocionarnos. Sin preguntas. No es tan difícil. Y quien no quiera siempre puede cambiar de canal. O apagar la tele y a acudir a una de las muchas manifestaciones que hay todos los días en nuestras ciudades.