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ISSN 1989-4163

NUMERO 52 - ABRIL 2014

El Penitente

Francisco Gómez

Algunos en su infinita observancia de las modas, me acusan de un tiempo a esta parte de andar de una manera cabizbaja, como si estuviese triste, igual que si caminar con la mirada adelante, el mentón erguido, costase mundos que uno no es capaz de sortear.

Callo y sigo con la vista baja, los ojos pegados al suelo a la búsqueda de una cagada de perro, una peladura de patata o naranja o una rebanada de melón perdida por algún buen niño a su salida de la casa de forma precipitada para jugar al campeonato mundial de balompié con sus amigos.

Camino, es cierto, como un penitente que haya de purgar sus múltiples y cuantiosos pecados que en las noches desarboladas mis remordimientos no pueden amortiguar. La vista gacha, la espalda encorvada, los pasos cortos y más si la lluvia del Mediterráneo me sorprende cualquier tarde o noche en estaciones con pocas esperanzas en mis bolsillos y en mis andares. Entonces, el miedo se acerca a mis zapatillas y extremo las precauciones a la hora de celebrar el diario y milagroso paso a paso de mis metros por la vida. Le ruego al Altísimo (que sentí Cercanísimo) hace pocas fechas que por favor no permita que mis huesos besen el competitivo asfalto, que no permita que conozca una vez más el sabor de la acera. Así me convierto en un acobardado penitente que no hace más que entonar una pequeña y pesada letanía, una salmodia que empapa mis labios y aletea en los resquicios de mi alma en alerta.

Supongo que esta noticia no les importa, como es natural la actualidad corre a unos ritmos vertiginosos, pero hace escasas fechas mis huesos dieron con el suelo de espaldas y sentí mucho dolor. Gracias al ángel de la guarda que percibo que siempre camina a mis espaldas, acompañando mis días y mis noches, no me rompí nada. Nada. Y pudo pasar cualquier cosa. Desde romperme la cabeza a partirme la columna, una pierna...

Levanté, primero mis piernas, luego moví mis brazos con mucho dolor pero ahí estaba entero. Sin nada roto. Mi plegaria de pecador indigno se levantó en medio del día que empezaba a nacer, dando gracias. No sé cuántas veces repetí el canto. En medio de los dolores, reía con la mueca de dolor en la boca. De mis ojos abiertos a la luz manaba alguna lágrima. "Gracias", sólo alcanzaba a decir como alumno torpe que sólo se ha aprendido una palabra.

El penitente dice porque así lo sabe, que ha pasado noches enteras de dolor, con movimientos en la espalda que parecía querer romperse y sensaciones de ahogo en los pulmones. El dolor volvió a sentirse invitado a mi casa. "Pasa, pasa, tú ya sabes que eres invitado principal. Nada, nada a mandar, lo que tú digas y arañes".

A partir de ahora, soy penitente para tratar de purgar mis múltiples, variados e incontables pecados que me invitan a caminar con la vista gacha y los pasos cortos pero bien sé que el camino, aunque sea con pedaladas breves, también se hace hacia algún sitio, aunque esto a estas alturas no lo tenga muy claro.

 

Francisco Gómez

 

 

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