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Ángela Mallén
La ciudad
Una ciudad es un campamento en la planicie. Toda ciudad de hoy es agitada por dentro y de aspecto tranquilo, como si Kabul pareciera un balneario. Las élites gobiernan con estilo feudal tecnocrático. Las bandas de radicales ejercen su fanatismo. Los potentados luchan por agrandar sus fortunas y los desposeídos luchan por comer a mediodía. De noche se escucha un silencio demente.
Ciertas noches de invierno puede verse la ciudad a través de la bruma como un buque lujoso fantasma. El frío ralentiza las ciudades. El calor las neurotiza. Siempre hay cerca una central nuclear cuyo desmantelamiento se negocia. Grandes proyectos humanistas duermen en los archivos de los edificios inteligentes. Ninguna ciudad es tuya del todo. No hay ciudad completamente mala.
Los ciudadanos
En no confundir dignidad con orgullo, ni condescendencia con servilismo debería consistir la lucha de un pueblo. No es lo mismo si alguien dice: “yo tengo razón”, que si dice: “yo también tengo razón”. En la palabra “también” radica el respeto por lo propio y ajeno, la reivindicación y la tolerancia, la democracia dignificada.
Una escritora
Como soy escritora, no soy habladora. No hablar no es indicativo de no pensar, no percibir o no lamentar. Lo malo de ser escritor es que sus palabras no se las lleva el viento. Por eso el escritor no siempre escribe lo que le compromete. Un escritor que no escribe lo que le compromete, es tan dañino como un hablador que sólo habla para comprometer. Superarnos tanto el hablador como el escritor es un buen reto.
Es mejor sentirse feliz por haber podido cumplir un reto (un sueño, una promesa), que sentirse henchido por haber batido un record. Es mejor imponerse un reto de superación personal que perseguir una zanahoria.